No decimos nada nuevo si afirmamos que la música y la figura de Arnold Schoenberg han caído en algo así como un limbo del que parece no saldrán, al menos en los próximos años salvo un cambio de tendencia en los gustos del público. Como es sabido esto se debe al hecho de que el músico vienés creó el sistema dodecafónico que quería acabar con la armonía clásica y sustituirla por este novedoso método de organización de los sonidos, lo cual llevó a la música culta a un callejón sin salida del que parece que se está empezando a recuperar desde las décadas finales del pasado siglo. Anteriormente, las vanguardias musicales se preocuparon de crear una música objetiva que se basaba en un riguroso diseño de todos los parámetros mediante sistemas estructurales preestablecidos, lo que se dio en llamar música serial y que triunfó tras la II Guerra Mundial de la mano de Stockhausen y Boulez. El inicio de esta “serialidad” se encuentra en la organización dodecafónica de los tonos, que no es más que una forma de sistematizar el diseño de la armonía y la melodía. Esta sistematización resultó a la postre una forma objetiva de crear música en la que el compositor era un simple diseñador de sonidos mediante métodos matemáticos, lo que se evidencia en el caso, por ejemplo, del compositor Iannis Xenakis, matemático griego que se estableció en Paris y entró a trabajar con Le Corbusier, con el que colaboraba no sólo como calculista de las estructuras de hormigón del genio suizo, sino también como diseñador de arquitecturas racionalistas. Después empezó a utilizar sus conocimientos matemáticos cambiando el diseño de las estructuras arquitectónicas por el de las estructuras musicales, llegando a crear el Centro de Estudios Matemáticos y del Automatismo Musical, (Centre d'Études de Mathématique et Automatique Musicales). Si la música dodecafónica organizaba los tonos que se debían utilizar en cada acorde o en cada línea melódica mediante series de tonos que se repetían sistemáticamente, el paso a la música serial, supone introducir una forma de organizar en series no sólo los tonos sino el resto de los componentes de la música: ritmo, timbre, forma, textura, duración del sonido, articulación. Todo esto era muy coherente a nivel teórico y además respondía a la forma de organizar el mundo que se había impuesto en las sociedades industriales del siglo XX, pero en la práctica suponía una ruptura importante con uno de los componentes fundamentales de la música: la escucha. Sin una recepción por parte del público de esta música, no estaba culminado el proceso y, de hecho, las “nuevas músicas” produjeron una ruptura demasiado importante como para seguir garantizando la continuidad del diálogo entre compositor y público (emisor-receptor).
Pero este proceso se inicia en el
año 1921, anteriormente Schoenberg había creado una música que se alejaba
progresivamente de la armonía tonal pero sin abandonarla totalmente. Cuestionada
la forma sonata, la dirección que debía de tomar la melodía y la armonía ya no
la imponían las armonías diatónicas, sino que se movía libremente según
criterios propios, pero contaba aún con centros tonales, aunque estos podían
estar dispersos por la música que se movía con total libertad. Este sistema empezó
a llamarse entonces atonal. En este periodo que va desde finales del siglo XIX
hasta principios de los años veinte del siguiente, el compositor vienés desarrolló
una música expresionista, llena aún de ecos románticos y que seguía
directrices renovadoras que ya se apuntaban en su mentor y maestro Gustav
Mahler. Antes de llegar al punto de inflexión del dodecafonismo, desarrolla una
música magnífica. Estamos en uno de esos momentos tan frecuentes en el siglo XX
en que se decide abandonar un camino que estaba lleno de posibilidades,
quedando olvidado en aras de otro nuevo. Creo que ese es el punto que las
músicas más recientes están intentando retomar, pero, aunque la historia es
cíclica, nunca se repite igual. No podemos volver a 1920 pero si constatar la
música maravillosa que se estaba haciendo entonces y recuperar algunos
postulados musicales que parecía que habían sido superados.
En ese contexto recomendamos
encarecidamente a todos nuestros amigos la escucha de piezas de Schoenberg como
sus cuartetos de cuerda. El segundo de ellos, op. 10, con soprano, se considera
su primera obra atonal, aún no adscrita a las técnicas dodecafónicas. Aquí se puede escuchar una música muy
sugerente interpretada por The Sequoia String Quartet, un joven cuarteto
californiano.