29 ago 2013

El resto es ruido.



Cada uno aprende como puede. El gran crítico musical del New Yorker, Alex Ross, autor de grandes éxitos editoriales sobre música actual: El ruido eterno (The Rest is Noise) y Escucha esto (Listen to This); debía de pertenecer a una de esas familias de origen judío con un abuelo que lo llevaba a la ópera desde que era un niño de corta edad. Para estas cosas hay que nacer. Seguramente criado en un buen domicilio burgués del Midtown neoyorquino, fue al conservatorio y estudió después musicología en Harvard donde ya destacó por sus conocimientos. Ross se crio en el seno de la gran tradición culta europea y su mundo musical estaba muy bien delimitado entre la música antigua, (es decir medieval, renacentista y barroca), la del clasicismo, el romanticismo y la música culta contemporánea. En sus amenos escritos ha relatado como un día se dio cuenta de que además de todo eso, existían músicas como el jazz, esa música de los negros que desconocía porque no se la habían presentado ni en la universidad ni en los conciertos del Avery Fisher Hall donde la New York Philharmonic y esas magníficas orquestas invitadas que venían sobre todo de Europa, tenían el repertorio limitado a los periodos históricos que he referido anteriormente. Con la gracia de su escritura y de la buena traducción al español de sus libros, relata como a través de su propio periplo personal llegó a conocer otras músicas como el rock, las canciones de Bob Dylan o la música electrónica. 
 Otros nacimos en familias más humildes y en países más pobres donde no era normal tener una educación musical desde la infancia. Ya he contado aquí que el primer disco que me compré con quince años de edad fue uno de música pop del grupo Fórmula V, un grupo sin más pretensiones que la de triunfar en un mercado entonces en auge. Después supe que incluso en ese limitado mundo de la música pop había mejores propuestas, como las de los Beatles por ejemplo, que acaban de separarse por aquella época. El rock que se puede ver en la película sobre el festival de Woodstock, nos hizo olvidarnos un poco de las cancioncillas de estilo pop. El mal llamado rock “progresivo” que hacían grupos ingleses despertó en nosotros una nueva forma de escucha, más atenta y exigente. A través del rock llegamos al blues y de ahí al jazz. En el jazz tomamos conciencia de lo que era el virtuosismo instrumental y eso nos llevó a un mayor interés por la música y los materiales musicales. Luego, buscando una mayor perfección técnica se llega a la música clásica, donde uno puede llegar a pensar que los caminos de la música se terminan, que ya no puede haber nada más allá de Beethoven, de la Novena Sinfonía, las últimas sonatas para piano y de los últimos cuartetos de cuerda. Pero uno escucha inevitablemente Wagner y después Debussy. Y está de nuevo en el camino de buscar nuevas experiencias que vienen primero de la mano de Stravinsky y luego de Arnold Schönberg. De éste y de la Segunda Escuela de Viena, con Berg y sobre todo Webern, se entra en lo que se conoce como música contemporánea, en rigor: música culta del siglo XX. El experimentalismo, especialmente de los autores norteamericanos te abre entonces las puertas a nuevos conceptos, nuevas formas de entender la música, hasta que caes en la cuenta que el mundo no es sólo lo que se llama occidente y te tienes que interesar por las tradiciones de otros continentes, como África o los países musulmanes. 
Así que la música esconde su propio cosmos. Un casi infinito número de posibilidades que no se excluyen entre sí y a través de las cuales termina uno por apreciar “todas las músicas”.

27 ago 2013

Miles Davis, 1967.

Al volver de las vacaciones he revisado el blog para ver qué era lo que se quedó fijo en él durante gran parte del mes de agosto. A veces pones cualquier tontería y se queda ahí durante semanas, infectándolo de vulgaridad. No ha sido así en este caso. El video de YouTube que aparece sin comentario en la última entrada no es una grabación trivial. Se trata de uno de los mejores grupos de Miles, (para mí el mejor), en una magnifica grabación para la época con más de una hora de música en directo. Tony Williams a la batería, Ron Carter al bajo, Wayne Shorter al tenor y Herbie Hancock al teclado, son un grupo de jóvenes inigualable en 1967. Elegir compañeros de grupo era una de las virtudes de Miles Davis. Algunos, como el batería Tony Williams, (que aquí tiene 22 añitos), entraron en el grupo a la edad de diecisiete y Miles ya sabía entonces que se trataba de un músico muy especial. Por desgracia los dos han desaparecido ya. Williams a los 52 años de edad a causa de un infarto. 
No es verdad que cualquier tiempo pasado sea mejor, pero tampoco lo es lo contrario: que siempre se avance hacia adelante. No sé cuál es el origen de la grabación, pero tiene todo el aspecto de ser uno de esos conciertos grabados para ser emitidos por la televisión local, en este caso en Alemania. Uno recuerda por aquella época, (ya lo he contado alguna vez), siendo aún un niño que ignoraba todo sobre la música de jazz, ver en la televisión única que entonces teníamos a un tipo negro, corpulento, que tocaba el contrabajo con una gran banda de músicos. Por entonces podías poner la tele y ver a Charly Mingus en un concierto con su grupo, o una retrasmisión en directo desde París de un ballet que en casa nos causaba un poco de rubor (se veía a las mujeres vestidas con una especie de media que les cubría todo el cuerpo y que dejaba traslucir sus formas), porque entonces a las diez de la noche te ponían una magnífica versión de la Consagración de la Primavera de Stravinsky y se quedaban tan anchos, o veías en un programa de producción propia a Porrina de Badajoz acompañado de un joven guitarrista gaditano al que llamaban Paco el de la Lucía. En aquellos años se podían ver esas cosas. Hoy no sé lo que se puede ver porque apenas enciendo el aparato. 
Volviendo al grupo de Miles, es sorprendente la capacidad del trompetista para llamar a filas a lo mejor de cada momento. Quién iba a pensar a principios de los sesenta que ese batería de Chicago iba a renovar la forma de tocar el instrumento. Quién podía sustituir al insustituible John Coltrane en la banda sino alguien como Wayne Shorter que por entonces no era sino un joven músico más de los Jazz Messengers de Art Blakey. Quién iba a pensar por aquel entonces que Ron Carter llegaría a ser el bajista más buscado para todas las grabaciones de jazz de los años siguientes. Quién, sino Miles, podía pensar que ese pianista de Chicago, (un ingeniero electrónico que había tocado un concierto de Mozart con la Sinfónica de la ciudad a los once años), iba a ser el pianista imprescindible en todas los eventualidades futuras del jazz. Miles Davis, el visionario, fue quien lo vio. Tras la renovación que había realizado en los años cuarenta con Birth of the Cool, la que había promovido en los cincuenta con Kind of Blue, en los años sesenta y con esta banda, Miles produce otra renovación que se refleja muy bien en el disco Sorcerer, con un sonido y una forma de improvisar que está presente en este video. No obstante, aún habría dos nuevas etapas sorprendentes: el jazz eléctrico de los setenta que sentaría las bases para el jazz de fusión y el acercamiento al pop de los ochenta que, no obstante, daría lugar a magníficos discos e inolvidables conciertos en directo. Los ortodoxos le recriminaron por abandonar un estilo que, precisamente, había creado el propio Miles. Aún hoy, siguen ellos haciendo la música con la que hace ya cincuenta años él sorprendió al mundo del jazz, pero tendría aún otras dos vidas más, a pesar del tiempo que sus adicciones le hicieron perder. Así era el genio de Miles, para bien y para mal.

7 ago 2013

¡Menudo quinteto!