Durante la Segunda Guerra
Mundial la música dodecafónica quedó representada en solitario por el austríaco
Anton Webern, toda vez que Alban Berg había muerto en 1935 y Arnold Schoenberg
se había trasladado a los EE.UU., adoptando la nacionalidad americana y llegando
incluso a cambiar su apellido (en alemán Schönberg). Pero aparte de detalles más o menos
anecdóticos, lo cierto es que Webern había continuado desarrollando el sistema
dodecafónico que iniciara su maestro Schoenberg. Los nazis renegaron de su
música a la que tildaban de degenerada (entartete Kunst), y de bolchevique, sin
embargo, parece ser que Webern , personalmente, apoyaba a los nazis, celebraba la
anexión de Austria y esperaba la nueva Alemania que habría de nacer bajo el
impuso del Führer. Decía que: “la música, la verdadera música alemana, no será
nunca entendida por las masas”, negando la posibilidad de que su música fuese
una música bolchevique. Pero, a pesar de su adhesión personal al movimiento
nacional socialista, tuvo que ganarse la vida como editor musical y sólo pudo
estrenar gracias a la ayuda de un mecenas suizo en Winterthur. La música de
Webern llevó más lejos las posibilidades compositivas de la serie, más allá de lo que significaba para el dodecafonismo de Schoenberg, en el que sólo la melodía y la armonía estaban
determinadas por ésta. Anton Webern amplió el concepto serial y lo extendió a
otros componentes de la música como el timbre, las dinámicas, etc., de tal
manera que la serie explicaba el sistema de creación musical completo. Nada
quedaba sujeto a los deseos del compositor, todo estaba previsto de antemano:
la serie era la fuente de la que brotaba la composición completa. Su
pensamiento musical sería la base sobre la que se construiría la música de
vanguardia de los años cuarenta, cincuenta y posteriores, especialmente en
Europa. Bajo los auspicios del francés Pierre Boulez y del alemán Karlheinz
Stockhausen, sus obras serían estudiadas con detalle en los cursos de verano de
Darmstadt, (Internationale Ferienkurse
für Neue Musik).
A pesar de sus simpatías políticas,
el mundo de la creación musical parecía estar en las manos de Anton Webern al
terminar la guerra. Pero la vida sorprende continuamente. La realidad sucede de forma más
inesperada que cualquier ficción.
Anton Webern se trasladó a
MIttersill, en Salzburgo, buscando una mayor seguridad que la que podía
encontrar en la capital vienesa. El día en que terminaba la Segunda Guerra Mundial,
después de desayunar, se asomó al balcón a fumarse un puro que había dejado la
noche anterior su yerno Benno Mattel. Éste, que había pertenecido a las S.S.,
había aprovechado su cargo para dedicarse al mercado negro de mercancías, lo
que era un negocio muy rentable en épocas como aquella, algo parecido al
estraperlo que se dio en España al final de la guerra. Por este motivo era
buscado por las fuerzas de ocupación americanas que habían tomado la zona de
Salzburgo. Webern recibió un disparo en la terraza de su casa, a consecuencia
del cual, murió, apenas unas horas antes de que se acabara oficialmente la
guerra. Esta casualidad llevó al musicólogo Hans Moldenhauer a iniciar una
investigación sobre la muerte del compositor. De esta investigación dedujo lo
que sigue. El soldado americano Raymond Norwood Bell, que seguía los pasos de Mattel,
abrió la puerta del balcón y se encontró de bruces con Anton Webern al que disparó
tres tiros a bocajarro, antes de que pudiera reconocerle. Al momento se dio
cuenta de su error y poco después, llegó a tener noticias sobre quién era el
austríaco al que había matado accidentalmente. Esto le produjo tal sensación
que, según parece, murió unos años después a consecuencia de su adicción
alcohólica, producida por el remordimiento que siguió al episodio de
Mittersill.
Así acabaron los días del más
grande compositor europeo de aquel entonces, cuya música fue la clave para entender toda la música de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX.
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