29 ene 2008

Vuelve el héroe falaz


Porque el mundo es violento. Porque la guerra es el infierno. Porque la realidad es así de cruda.
Vuelve el
héroe falaz.

Sin embargo, lo que más me preocupa es que si al héroe todopoderoso se le pegan los kilos de más en la barriga ¿cómo un pobre mortal como yo podré luchar contra enemigo tan invencible?


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falaz.
(Del lat. fallax, -ācis).
1. adj. Embustero, falso.
2. adj. Que halaga y atrae con falsas apariencias. Falaz mansedumbre. Falaces obsequios.

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28 ene 2008

ABC (Simbiosis) por Alberto González Lapuente


CLÁSICA
CDMC
Obras de Saariaho, Stockhausen y G. Jiménez (estreno). Intérpretes: Ensemble Residencias y G. Jiménez, electrónica Lugar: Auditorio 400, Madrid
ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
En el matraz del Auditorio 400 del Reina Sofía y bajo el efecto aglutinante del CDMC se ha producido el nacimiento de una nueva sustancia musical con mucho porvenir. Se presentó el Ensemble Residencias, un grupo que reúne al Trío Arbós y al Grupo Neopercusión. Desde hace dos años colaboraban en la realización de un ciclo auspiciado por el CDMC y gracias a ellos son ya muchas las obras que se han dado a conocer en Madrid y varios los compositores que han tenido la oportunidad de estrenar.
En este primer concierto de Residencias hubo lugar para todo aquello que ha definido al grupo. Por supuesto, la música nueva con el estreno de «Fragmentos» de Gregorio Jiménez para dos tríos y percusión, fomentando la impresión entre lo real y lo irreal, tratando de encontrar el eco de la electrónica en los instrumentos y concediendo protagonismo al gesto como elemento creativo. El propio Jiménez controló el aspecto técnico y desde los sensores puso el remate. Tuvo a su favor muchas cosas, ante todo el aplauso general y la dedicación de unos intérpretes de tanta seriedad como el violonchelista José Miguel Gómez. Nada más sutil que verle describir el paisaje profundo, llano y exquisito de «Petals» de Saariaho, con el que se abrió el concierto.
Porque no hay duda de que en la calidad está el sentido final de Residencias. El percusionista Juanjo Guillém, el pianista Juan Carlos Garbayo, con Jiménez cuidando la electrónica, conmovieron al público de la mano de la histórica «Kontakte» de Stockhausen. Verla, oírla, podría haber quedado en un simple paseo por el museo de una historia con medio siglo.
Pero la cuestión era estar ahí, contemplando el escenario coloreado y a los intérpretes volcados ante un catálogo instrumental apabullante. La mejor forma de sufrir la catarsis de algo turbador, racial y contundente. Hacerlo posible ha sido el primer gran triunfo de Residencias.

In memorian Oscar Peterson

All About Jazz


¿Lo mejor del jazz en el 2007?. Bueno, lo más votado por el público de All About Jazz.

24 ene 2008

Fraude. Lo de la Hatto va para rato.


Sensacional, increible, alucinante .


La historia del fraude de Joyce Hatto, da para mucho que hablar. El fraude es de una dimensión tremenda porque, aunque no es una de las pianistas más famosas del mundo, si lo era en su Inglaterra natal, donde tenía un prestigio muy grande. Una de las cosas que uno se plantea ahora es qué pasa con las críticas realizadas a las grabaciones durante estos años atrás. Ahí hay una extensa página dedicada al desarrollo del escándalo y otra de un artículo de Craig Sapp y el famoso musicólogo inglés Nicholas Cook en el que, con la mosca detrás de la oreja, trataban de sacar conclusiones, (antes de que estallara el escándalo), sobre ciertas coincidencias en las grabaciones.

23 ene 2008


22 ene 2008

La noche española

Cuando escribe Antonio Muñoz Molina yo me callo.
REPORTAJE: IDA Y VUELTA
Vanguardia y bata de cola
Antonio Muñoz Molina 05/01/2008

Madrid invernal de finales de diciembre. Aire vítreo y hojas secas arrastradas por el viento frío de la mañana, ramas desnudas contra el cielo azul pálido. Rara visión de abrigos y bufandas: guantes de lana, caras ateridas. En una esquina umbría el olor caliente de las castañas asadas perfecciona la imitación de los inviernos del pasado. Sólo hasta cierto punto: el castañero es un moreno dominicano o cubano que además de castañas vende mazorcas de maíz y algo que parece ñames o yucas o boniatos sonrosados. Quizás también me parece que vivo un invierno antiguo porque voy caminando por el vecindario cercano a la estación de Atocha, con sus restaurantes baratos que aún tienen pintados platos polícromos de gambas a la plancha y de callos en los escaparates, con sus grandes bares en los que sigue reinando la especialidad inmemorial del bocadillo de calamares fritos. Madrid no mantiene mucho rato la distinción europea del paseo del Prado, la solemnidad neoclásica de fachadas con columnas y fuentes con estatuas de dioses. Uno deja atrás los museos, el Prado y el Thyssen, con sus colas de turismo ilustrado, y en seguida encuentra la densidad ferroviaria y casi suburbial de Atocha, presidida por la ancha ojiva de la estación, y refractaria lo mismo a los excesos del aseo que a los de la modernidad, a pesar de la torre y de la ampliación de Moneo, y del alerón de chapas metálicas que le añadió Jean Nouvel al Reina Sofía.

Me gusta esta ciudad que puede ser tan despejada y tan noble y un momento después tan plebeya, igual que es áspera y de pronto acogedora, sin transición ni medias tintas, que tiene una belleza tan desordenada y como en prosa, en la que no hay distracción más subyugante ni más barata que andar por la calle.

Paseando muchas veces por mi barrio de Nueva York me acuerdo de la vitalidad desastrada y del cielo limpio de Madrid. Por las aceras de sombra fría de la glorieta de Atocha me acuerdo hoy del tránsito de las zonas de sol a las zonas de sombra siempre húmeda en las mañanas heladas de Nueva York. Y el aire entre castizo y cimarrón del vecindario me prepara sin que yo lo sepa para la exposición que vengo a ver en el Reina Sofía, La noche española, que es un delirio magnífico de geometrías cubistas y de taconeos flamencos, de gitanas de almanaque de la Unión Española de Explosivos y caligrafías quebradizas de Joan Miró, un mareo y una inundación de batas de cola y sombreros de ala ancha y trajes de torero y mantones de Manila y morenas de ojazos negros con caracolillos sobre la frente y lunares en la mejilla que de algún modo casi inexplicable acaba siendo una travesía luminosa de la edad de oro del arte moderno, desde Manet a Man Ray, desde el Madrid valleinclanesco de Isabel II a las vísperas del Madrid trágico de 1936.

Un español con inclinaciones ilustradas, con inquietudes modernas, tiende a huir de los estereotipos de la españolidad como un vampiro de los crucifijos. Sin grandes variaciones la historia se repite desde Jovellanos y los primeros exiliados liberales, y ha permanecido intacta al menos hasta mi generación, que aún cruzó las fronteras con una mezcla agotadora de complejo de inferioridad y ansia de abrazar lo extranjero y lo nuevo. Como aquellos viajeros siempre algo melancólicos, imaginábamos un país limpio de atraso y de diversiones brutales, sin los claroscuros dramáticos del tenebrismo nacional, sin los oros falsos y los rojos de sangre que atraían lo mismo a los turistas de rebaño que a un cierto número de historiadores serios. Incluso hubiéramos deseado, en la medida de nuestras posibilidades, ofrecer una imagen de nuestro país ajena a los lugares comunes que se han venido repitiendo sin grandes variaciones desde los relatos y los grabados pintorescos de los viajeros románticos.

Tarea extenuadora. Algo hemos avanzado en los últimos años, pero seguimos siendo toreros y flamencos, figurantes de Carmen, frailes torvos, conquistadores sanguinarios. Hay alguna innovación: los colores violentos de las viejas batas de cola son ahora los de las películas de Pedro Almodóvar, cuya desenvoltura pop no siempre es percibida por sus incondicionales; los guerrilleros y bandoleros de las litografías antiguas son ahora, muchas veces, los terroristas del Norte, a cuyos emisarios por el mundo no les cuesta nada difundir entre gente bienintencionada, ignorante y más bien idiota, la leyenda de un pueblo bravo y rebelde, resistiendo en sus montañas ancestrales la ocupación española.

Uno creía que para ser absolument moderne el primer mandamiento era abjurar de toda aquella guardarropía: que la modernidad era el reverso y el antídoto de la España negra. Pero lo que descubre o recuerda en esta exposición -entre bailaoras de Van Dongen y de Francis Picabia, flamencos de Man Ray, carteles vanguardistas con el nombre de Antonia Mercé, caballos destripados y toros de Picasso en plazas con gallardetes tricolores, picadores de hojalata cubista de Pablo Gargallo, guitarras ascéticas de Juan Gris, letras flamencas de Federico García Lorca- es que los mismos materiales que sirvieron de base para tanta morralla y bisutería folclórica se convertían en oro cuando los manipularon los mejores artistas: cuando muchos de ellos buscaron en la tradición popular el fundamento que necesitaban para rebelarse con verdadera eficacia contra las rutinas y las formalidades del arte académico. Lo que iba buscando Béla Bartók en las músicas campesinas de los Balcanes lo encontraban en Andalucía Manuel de Falla y García Lorca. Ignacio Zuloaga pinta a una bailaora flamenca bajo una luz submarina de mechero de gas y borrachera de absenta que está tan lejos del costumbrismo como el Lavapiés canalla de Isaac Albéniz. Una morena cordobesa de Romero de Torres sostiene una pistola automática en vez de un abanico. El toro y el caballo de la corrida republicana de Picasso anticipan la tragedia en blanco y negro del Guernica. En los monigotes estrambóticos y el vértigo de los tiovivos de una verbena madrileña Maruja Mallo y Ramón Gómez de la Serna practican un surrealismo entre gozoso y desgarrado de disparate popular. En la glorieta de Atocha, delante de estación, cuenta Arturo Barea que en la noche del sábado 18 de julio de 1936 permanecían las casetas y los carruseles de una verbena abandonada. Por estas calles estrechas como de ciudad de provincias que veo desde el ascensor de cristal del Reina Sofía estaban los cafés cantante a los que iban los artistas modernos y en los que aún podían escucharse las voces más sagradas y más primitivas del flamenco. Con la vida que pasa ahora mismo en la calle, el ruido del tráfico, los castañeros del Caribe, el tullido que pide limosna con un gorro de Papá Noel, el africano de las películas piratas, el humo de los calamares fritos, los rótulos de gambas y callos, el vaho caliente de los respiraderos del metro en la mañana tan fría, los viajeros desnortados, los villancicos azucarados que salen de una tienda, habría que construir algo, un relato o un cuadro, una película de fotogramas convulsos, la crónica instantánea de una mañana de invierno en Madrid. -


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Cuando canta Estrella Morente, me callo y escucho


Olivier Messiaen, "Liturgie de cristal"

Aviso tranquilizador

Las culturas antiguas tendían a pintar la vida más hermosa de lo que era en realidad. Las terribles batallas en las que la gente se partía el cráneo con una enorme espada de varios kilos de acero, daban pie a los más hermosos poemas épicos en los que parecía que los héroes no fueran sino artistas y educadísimos oradores, como en las epopeyas de Homero o en el Cantar del Mio Cid. La violencia de género era en la ópera una hermosa escena, cuando un afamado tenor hundía su puñal en el pecho de su traidora amante cantando un elegante do sobreagudo.
Después la cultura, en aras de la verdad, prefirió lo auténtico a lo bello. La belleza estaba en la verdad y pintar las cosas como eran se convirtió en un paradigma artístico. Émile Zola, el naturalismo, el verismo en la ópera, el realismo en la pintura, todos compartían esa visión.
Ahora estamos en una situación extrema. Es necesario decirlo para que las nuevas generaciones no se lleven una visión equivocada de la vida. Que nadie se asuste: la vida no es tan fea como la pintan en la telebasura. La mayoría de la gente no vendería a su padre por cuatro pesetas. Los amantes despechados, en la vida real, tratan de olvidar sus malas relaciones y procuran seguir adelante: borrón y cuenta nueva. Para eso se hizo la ley del divorcio que cada día arropa a más amores con caducidad. La mayoría de los españoles no se ganan la vida acostándose con el vecino y luego dando una exclusiva a los medios. Se ganan la vida con un oficio, con una profesión, invirtiendo su dinero o su capacidad de trabajo, muy pocos se ganan la vida con la delación. Además, cuando se habla, incluso en este país, se hace en un tono más o menos normal, yo no veo que vaya nadie en el metro o por la calle dándose voces los unos a los otros y hablando todos a la vez. La gente está mucho más educada que esa señora histérica que, un día ya lejano, se fue a la cama con Jesulín de Ubrique y que desde entonces ha pasado a la posteridad mediática.
Yo sé lo que me digo porque, por mi edad, he conocido el mundo sin televisión y sé cómo era antes de que la caja tonta lo cubriera todo.

Cultural musical

Por fin un suplemento cultural en la prensa que tiene algunas informaciones de música. El cultural de El Mundo ofrece algo más de música que, por ejemplo, Babelia de El País.


El centenario de Olivier Messiaen


El periódico inglés The Guardian se ocupa del centenario del nacimiento de Olivier Messiaen, el gran compositor francés, maestro de las vanguardias europeas. La wikipedia tiene un artículo bastante amplio sobre el gran organista, compositor y (no lo olvidemos) ornitólogo.