Como quiera que en España, los medios de
comunicación no hablan de otra cosa que de Venezuela, que abre todos los días
los telediarios de prácticamente todas las cadenas, así como ocupa las portadas de
prácticamente todos los periódicos patrios, nosotros nos sumamos a esta moda y
vamos a hablar hoy, sí, de Venezuela.
El sistema musical venezolano de
conservatorios, ya había propuesto que los estudiantes de música procuraran
trabajar su instrumento en agrupaciones musicales y orquestas de todo tipo,
cuando en el año 1975 José Antonio Abreu
crea la Fundación del Estado para el Sistema de Orquestas Juveniles e Infantiles de Venezuela, conocido
como “el Sistema”, y que cuenta en la actualidad con 500.000 jóvenes. José
Antonio Abreu es un músico muy galardonado en su país, pero se licenció como
economista en la Universidad Católica Andrés Bello y fue profesor de economía
en varias universidades venezolanas. Entre 1989 y 1995 fue Ministro de la
Cultura, Vicepresidente y Director del Consejo Nacional de la Cultura (CONAC),
en los gobiernos socialcristianos de Rafael Caldera.
Según el maestro Abreu un aspecto
fundamental a propiciar en el CNASPM es la integración artística: “a fin de que
niños y jóvenes aprendan a interactuar en el seno de las artes a través de la
danza, el teatro, la ópera, el canto, la fotografía y el video, como si fuera
un crisol donde se encuentran y se funden todas las tendencias creativas,
teniendo como hilo conductor la música”. El Sistema se dirige de manera
especial a niños que tengan problemas tanto sociales, de marginación y dificultades
de integración, “en circunstancias extremadamente empobrecidas del ambiente de
abuso de drogas y el crimen en el que de otra manera ellos probablemente serían
arrastrados”. [Arthur Lubow (28 de octubre de 2007). Conductor of the People.
New York Times. Consultado el 2 de agosto de 2017]; como problemas de minusvalías de cualquier tipo.
En 1978, el maestro Abreu crea la Orquesta
Sinfónica Simón Bolívar, hoy una de las más importantes de América Latina. Todo este trabajo produce de manera natural
sus frutos, el más conocido hoy es el director Gustavo Dudamel, una de las primeras
batutas del mundo a sus 36 años, que fue director de la Orquesta Filarmónica de
los Ángeles a la edad de 26 años, el mismo año en que dirigió La Filarmónica de
Viena en el festival de Lucerna. Ha dirigido a las mejores orquestas del mundo
y en la actualidad es titular, además de la Filarmónica de los Ángeles, de la
Sinfónica de Gotemburgo y de la Sinfónica Simón Bolivar que él ha convertido en
una de las principales, no sólo de América sino de todo el orbe.
Cómo esta apuesta por el arte
musical no es cosa de un grupo de personas sino una obra nacional de todo el
país, los cambios que se produjeron con la llegada al poder de la revolución
bolivariana de Hugo Chávez no sólo no interrumpieron su desarrollo sino que lo
potenciaron. Así, en el año 2009 se inauguró el Centro Nacional de Acción
Social por la Música en la capital venezolana y en la actualidad el arquitecto
Frank Ghery (Guggenheim de Bilbao) está realizando el proyecto para la
construcción de otro centro en Barquisimeto, la ciudad venezolana de la música.
¿No lo sabías? Pues me extraña, todos los días hablan los medios españoles sobre Venezuela, algó habrán dicho de esto, ¿o no?
Proponemos escuchar la Novena en
la interpretación magnífica de Gustavo Dudamel con la Orquesta Sinfónica de la
Juventud Venezolana “Simón Bolivar”. Aquí podemos escuchar la precisión con la
que el director encara la sinfonía y la minuciosidad de la interpretación, así
como la precisión de los intérpretes que dan como resultado el sonido claro y
limpio que se precisa.
Hablando ya de la Novena Sinfonía
de Mahler, diremos que es considerada por muchos como la mejor composición
mahleriana, quizá junto a la Canción de la Tierra y la incompleta décima
sinfonía, todas ellas obras representativas de su último periodo compositivo.
Se inicia la obra con un Andante
comodo, que muestra ya el carácter que ha de tener toda la sinfonía, dominada
por el “pathos” trágico y la condición terminal que sólo en ocasiones consigue sobreponerse con cierta alegría remanente de poca duración.
El segundo movimiento está marcado
como “Im tempo eines gemächlichen Ländlers. Etwas täppisch und sehr derb”, o lo
que es lo mismo: En el tempo de los Ländlers pausados, un poco desmañado y muy bucólico.
En el que vuelve a basarse en la música popular austriaca, en este caso en el
Ländler. Tiene un aspecto superficial muy popular pero el tono del movimiento
transmite la sensación de la vida que pasa, con alegrías y tristezas en medio
de los trabajos cotidianos a los que da color. Como suele ser habitual en el
autor, es una amalgama de temas, planos temáticos variados que se suceden sin
solución de continuidad.
El tercer movimiento: Rondo-Burleske:
Allegro assai. Sehr trotzig, vuelve a llevar el supuesto tono del mismo, en
este caso una especie de scherzo, hasta cotas en principio inimaginables. En
mitad del tema, se anuncia una fanfarria que, enseguida, da paso a un momento
más lírico, un trío, del que sale de nuevo volviendo al rondó inicial y acaba
en un final rápido y enérgico.
El cuarto movimiento es un
Adagio, uno de esos magníficos adagios de Gustav Mahler. A los cuatro minutos
la pieza queda suspendida con apenas un murmullo en las cuerdas que parece un
final. Pero el discurso se recupera con unas frases en los clarinetes y luego
las cuerdas que parecen decir “En las cumbres el día es hermoso”, una frase de
un Lied de sus Kindertotenlieder que aparece en la partitura. Recordemos que
por entonces había muerto su hija, había dimitido de la dirección de la Ópera
de Viena, él estaba desahuciado por una dolencia cardíaca y sabía ya que su
amada Alma había conocido al arquitecto Walter Gropius. Música romántica en
1912, cuando ya el romanticismo había desaparecido de la música y de la cultura
europea. Pasada la mitad del tema, las cuerdas se elevan en una especie de
coral apoteósica que termina en un susurro de violines y clarinetes. De la
inmensa orquesta no nos llega más que ese susurro que pasa del violonchelo a
los metales y de nuevo a los violines. La pieza no termina, se muere
literalmente.
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