La Octava Sinfonía de Mahler ha sido llamada “de los mil” por el
numeroso grupo formado entre músicos y cantantes. Ese sobrenombre fue siempre
rechazado por el autor, pero algunos lo han querido hacer realidad. Intenté
traer aquí la grabación realizada por Gustavo Dudamel en Caracas, pero eran
tantos los medios humanos puestos a disposición de la pieza que el sonido era
difícil de llevar a la grabación permitiéndonos una audición adecuada de la
música. Hay que escuchar la amalgama sonora que producen la orquesta Simón
Bolívar Symphony Orchestra de Venezuela y Los Angeles Philarmonic Orchestra, el
Coro Sinfónico Juvenil Simón Bolívar de Venezuela, los Niños cantores de
Venezuela, la Schola Catorum de Venezuela y la Schola Juvenil de Venezuela. El
primer movimiento con todo este personal en juego es algo así como una tormenta
en la que los truenos nos ocultan el sonido de la música. Posiblemente en
directo sea una experiencia magnífica, pero la grabación no me seduce en
absoluto.
Afortunadamente, encontré una versión más comedida de la sinfonía a
cargo de Paavo Järvi, el director estonio nacionalizado estadounidense, que es
hijo del famoso director Neeme Järvi. Paavo inició su carrera musical como
batería del grupo de rock “In Spe”, uno de los más conocidos en Estonia en los
años ochenta, según cuentan. Ese detalle me gustó, como ecléctico incorregible
de la música que soy.
Su versión enfría un poco la sinfonía y la hace más mahleriana. Se
presenta aquí con la hr- Sinfonieorchester, (das Sinfonieorchester des
Hessischen Rundfunks), que no es otra cosa que la orquesta de la radio de
Hesse, que tiene su sede en Frankfurt. Paavo Järvi fue su director de 2006 a
2013 y, actualmente, la dirige el colombiano (de Medellín) Andrés
Orozco-Estrada. Cuenta esta grabación, además, con el Coro de la Filarmónica de
la Politécnica de Brno y Los Niños cantores de la catedral de Linburg. Además
de los solistas que salen en la presentación y que me da un poco de pereza
reproducir aquí, porque son varios.
Esta octava tiene dos partes. La primera parte es un motete al “stilo
antiquo”, o como se decía en el barroco, en estilo riguroso. Algunos autores
comparan la pieza con J. S. Bach, a mí me recuerda tiempos aún más antiguos,
como Monteverdi o incluso Palestrina y Tomás Luis de Victoria. Pero da igual,
porque la polifonía no es una moda, es una forma permanente de entender la
música. Así sucede en los inicios del siglo XX, en la Segunda Escuela de Viena,
con Schoemberg a la cabeza, que modifica todo el sistema armónico de la música
diatónica y, sin embargo, utiliza de nuevo la polifonía a varias voces para crear
las nuevas formas musicales de la música dodecafónica atonal. La pieza despliega
todos los recursos de la orquesta y los coros creando un mundo sonoro compacto
y múltiple (polifónico), que en versiones excesivas como la comentada de
Dudamel, resultan atronadoras. Volveremos sobre el venezolano en ocasión más
propicia, que merece la pena.
La segunda parte es, como decíamos antes, más mahleriana; con pasajes
líricos, o en scherzo, más comedido en el empleo de los recursos: Gustav Mahler
en la que para el propio autor era su sinfonía total. Su preferida.
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