Que cruel coincidencia. Mientras hablaba de mi abuelo en el anterior mensaje, otro de mis abuelos se moría en “la Paz” de Madrid. Me refiero a mi abuelo Fernando Fernán Gómez, el abuelo republicano (y al mismo tiempo ácrata). Era un abuelo quejoso como todo el mundo sabe, pero lo era porque no le gustaba ver que la gente era infeliz. En el fondo era un abuelo dulce que tenía que esconder su ternura en ese gruñón que se había creado para alejarse de la estupidez humana. El abuelo podía haber estado cerca de los hombres poderosos y nunca lo hizo. No lo hizo cuando la república ni luego en el franquismo cuando hizo tantas comedias que se convirtió en el cómico más famoso de la segunda posguerra. Ni en la democracia cuando contaba con el reconocimiento, incluso ideológico, del gran público. Era amigo de todo el mundo pero no se arrimó a nadie para alcanzar más gloria o más popularidad de la que se había ganado con su trabajo, con sus trabajos. Su humildad le hizo definirse siempre como un cómico, pero eso no impidió que desarrollara sus ambiciones en el mundo de la cultura y, de actor de comedias intrascendentes pasó a autor reconocido de teatro, novela, artículos, director de cine, académico de la lengua, etc. Como muchos hombres de su generación, no pudo salir del callejón sin salida en que les metió la guerra. A pesar de que estaban abiertos a las novedades culturales, políticas y de todo tipo, mantenían siempre una pose rancia, como de hombres que se habían quedado anclados en otra época, un poco como fantasmas de un pasado maravilloso que se perdió en las cloacas de la historia. Era la misma actitud de personajes como Tierno Galván, con su chaqueta cruzada, o de Luis Buñuel, con su camisa blanca abotonada hasta el cuello. Esos detalles nos hacían pensar que eran gente de un mundo cultural anterior, más antiguos. De un país de garbanzos y de boinas. Qué error más infantil. Eran el Ave Fenix renaciendo de sus cenizas una y otra vez con un encono loable. Eran la modernidad en la tradición y la tradición de la modernidad. Su muerte es una impostura inmerecida. La solemnidad estúpida de la muerte no era cosa propia de una persona que como él se definía como cómico.
Mi abuelo Fernando era de las pocas personas imprescindibles que quedaban en este país.
¡Viva su memoria, abajo la muerte!
Mi abuelo Fernando era de las pocas personas imprescindibles que quedaban en este país.
¡Viva su memoria, abajo la muerte!
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