Para algunos autores, la música
de las vanguardias de postguerra podría ser una respuesta cultural al mundo
tecnificado y burocratizado en que se desenvolvía, ya entonces, la vida urbana
en Europa y el resto del mundo. Una música objetiva, que no se corresponde con
los intereses del autor, que carece de un sujeto creador, solamente de un
“técnico en composición”, una especie de “ingeniero musical” capaz de descifrar
los arcanos de la música serial. Podemos decir que la causa material de la
música no está en el compositor, sino en la serie.
Consecuentemente, la música que
se deriva de la serie o de la aleatoriedad es una música sin alma, sin aura,
(que decía Walter Benjamin); una música objetiva y deshumanizada, como el mundo
post-industrial y burocrático. Pero todo movimiento artístico lleva a su final
cuando se agota la originalidad que lo produjo y la música serial y aleatoria
generó su propio agotamiento.
De pronto, el artista consciente,
se da cuenta de que le falta algo. En especial, el artista echa en falta la
comunicación con el oyente.
Hemos encontrado un comentario
del compositor inglés Gavin Bryars que viene muy a cuento de todo esto en el
que narra una experiencia emocional y artística de la que fue protagonista y
que está en el origen de su conocida pieza musical Jesus' Blood Never Failed Me
Yet.
En 1971 cuando vivía en
Londres, estaba trabajando con un amigo, Alan Power, en una película sobre las
personas que malvivían en el área comprendida entre Elephant y Castle, y la
estación Waterloo. En el curso de la filmación, algunas personas se ponían a
cantar las típicas canciones de borracho: a veces un trozo de ópera, otras
veces baladas sentimentales. Uno de ellos, que por cierto no había bebido,
cantó una canción religiosa: “La sangre de Jesús aún no me ha fallado nunca”.
Esta grabación no apareció finalmente en la película y me entregaron todos los
cortes no utilizados, incluyendo éste.
Cuando lo hacía sonar en
casa, descubrí que su canción estaba en sintonía con mi piano, e improvisé un
simple acompañamiento. También noté que, casualmente, la primera sección de la
canción, de 13 compases, formaba un bucle que se repetía. Llevé la grabación a
Leicester, donde trabajaba en el Departamento de Bellas Artes, y copié el bucle
en un carrete continuo de cinta, pensando en que tal vez podría añadir un
acompañamiento orquestal a éste. Dejé la puerta de la sala de grabación
abierta, mientras me iba a tomar un café. Cuando volví me pareció que el aula
de enfrente, normalmente muy animada, se había vuelto extrañamente silenciosa.
La gente se movía muy lentamente y algunos, sentados solos, lloraban en
silencio.
Me quedé perplejo hasta
que noté que la cinta estaba sonando aún y que estaban sobrecogidos por la
canción del viejo. Esto me convenció del poder emocional de la música y de las
posibilidades que podría tener la audición de un simple acompañamiento
orquestal cada vez más envolvente que respetara la nobleza del vagabundo y su
fe sencilla. Aunque murió antes de que pudiera escuchar lo que había hecho con
su canto, la pieza sigue siendo un testimonio elocuente, pero discreto de su
espíritu y su optimismo.
La pieza fue grabada
originalmente en el sello Obscure de Brian Eno en 1975 y existe una versión
revisada y ampliada para Point Records de 1993.
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