Este verano me refresco por las noches escuchando las sinfonías de
Mahler, que me traen los aíres de mi adorada Austria al salón de casa, ardiente
por los calores del sur de España. No
hace mucho dediqué varias noches a escuchar sus sinfonías dirigidas por el añorado
Claudio Abbado, (que nos dejó en 2014).
El primer amor nunca se olvida y la primera, que fue la sinfonía con que
me inicié en la escucha de Mahler (vía Georg Solti) hace ya tiempo, (cuando en
los años ochenta del siglo pasado se puso de moda el autor austriaco), ha sido
durante mucho tiempo mi preferida. La segunda, no sé por qué razón, me deja
algo indiferente. Ahora estoy oyendo la tercera, que es una sinfonía que va a
más según avanza.
Hace poco leí alguna crónica que ensalzaba la figura de Mariss Jansons y
que decía que el director letón era, para los músicos profesionales, el mejor
director actual. De modo que encontré en el YouTube una versión suya de la
Tercera de Mahler con la orquesta del Royal
Concertgebouw de Ámsterdam y me dispuse a escucharla.
La versión del nórdico director me dejó algo frío. Es verdad que no hay que introducir rubato en músicas donde tal recurso no se utilizaba, pero en la música romántica y postromántica, sería un uso historicista hacerlo, pues, es en el romanticismo cuando se utilizaba con más profusión, aunque no estuviera marcado en la partitura. De manera que, al día siguiente, me dediqué a escuchar una grabación más antigua, de cuando nadie se ruborizaba de usar el rubato y los fortes y pianos se exageraban un poquito más de lo que se pedía en la notación. Escuché la versión de Leonard Bernstein con la Filarmónica de Viena, Christa Ludwig, el Coro y los Niños Cantores de Viena, en una magnífica grabación del año 1.973. Dicen que los directores se vuelven más expresivos en sus movimientos según envejecen, este Bernstein de cincuenta y cinco años lo era, especialmente en el último movimiento titulado “Langsam. Ruhevoll. Empfunden”, (“Lento. Tranquilo. Con sentimiento profundo”).
Un magnífico resultado. Pero hice un pequeño experimento. Terminada la
obra, volví a escuchar de nuevo los tres últimos movimientos en la versión de
Jansons poniendo atención en los evidentes cambios estilísticos y me di cuenta
de la precisión y fidelidad del letón a los tempi, al ritmo exacto de la
sinfonía, a la atención con que controlaba las dinámicas, dando como resultado
un sonido menos expresivo, pero que si se escucha con atención es transparente
y claro como el agua de un arroyo de montaña. La partitura, interpretada con
esa precisión, es suficiente para expresar todo lo que hay que expresar, sin
necesidad de aliños estilísticos.
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