Buscar la excelencia de las
cosas es un propósito loable y un principio de nuestra cultura que nos lleva a
alcanzar cotas cada vez más altas en cualquier terreno en que el ser humano se
vea inmerso. Pero como decía Aristóteles, la virtud está en el justo medio, las
virtudes llevadas al extremo dejan de serlo para convertirse en lo contrario:
en vicios. Cuando uno era joven, o sea, hace ya algunos años, existía ya en la
música popular esa cosa de las listas de éxitos. El primer disco que me compré fue
el single de “Tengo tu amor” del grupo Fórmula V, cuando tenía trece años de
edad.
La única razón por la que lo
hice fue porque entonces el tema ocupaba el número uno de las listas de éxito
de las emisoras de radio que entonces escuchábamos. Creo recordar que también
compré poco después The ballad of John and Yoko de los Beatles, (Old Brown
Shoes en la cara B). Para mí son dos de las peores canciones de los Beatles.
Entonces, ¿por qué me las compré? En efecto, porque fueron número uno en las
listas unas semanas después.
Esto de buscar sólo el número
uno es una curiosa forma de entender una manifestación artística como la
música: si puedes tener el número uno, ¿por qué te vas a conformar con el
número dos? Esto no es algo que tenga que ser así y en otras culturas tal cosa
parecería ridícula y, bien pensado, en efecto, lo es. Pero uno va socializando
las cosas que en la infancia y adolescencia le van viniendo hasta que
desarrolla una conciencia crítica que le permite dirimir entre lo que está bien
y lo que está mal en nuestro mundo. Algunos años después, en plena adolescencia
aún, empecé a ser más exigente en la música que escuchaba y me olvidé de las
listas de éxitos al entender que un tema no era mejor porque fuera el más
popular. Por entonces empecé a escuchar cosas como la música de jazz, que
siempre me ha acompañado después, (no así aquel grupo de Fórmula V con el que
inicié mi colección discográfica). Pues bien, aún a pesar de ese incipiente
sentido crítico, mi forma de ver las cosas seguía imbuida de ese tipo de
mentalidad que considera la música como si fuera el tenis, dónde el que más se
valora es el número uno de la ATP. En
aquellos tiempos el saxofonista más prestigioso que se escuchaba en el jazz era
John Coltrane. Para entonces, ya hacía algún tiempo que el músico había muerto,
concretamente en julio de 1967, sin embargo, y tal vez a consecuencia de su
desaparición, su figura era mítica para los aficionados, de tal manera que, si
podías escuchar a “Trane”, ¿para qué ibas a perder el tiempo escuchando a
otros? Así de sencillo… y así de estúpido. Este error me llevó a ignorar a
otros saxofonistas que entonces estaban en el candelero, aunque no llegaban a
la altura de Coltrane. El año pasado recordaba en este blog mi estúpido olvido
de Sonny Rollins y como se me quitaron las tonterías una noche inolvidable en
que lo vi en el Palacio de los Deportes de Madrid, allá por los años noventa.
Mientras que algunos
cometíamos el grave error de olvidarnos de Rollins por escuchar a Coltrane,
ellos, por el contrario, eran grandes amigos y se admiraron mutuamente. Uno de
los temas más conocidos de Coltrane se tituló “Like Sonny” y estaba dedicado a
su amigo, del mismo modo que Sonny Rollins llamó a Coltrane para gravar su tema
“Tenor Madness” un 4 de mayo de 1956.
En YouTube hemos encontrado un
reportaje sobre todo esto con Sonny Rollins y colaboraciones de otros dos tenores: Jimmy
Heath y Paul Jeffrey.
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