El festival de jazz de San Sebastián de 1987 presentó un programa que era deslumbrante por el número de figuras
que aquel año asistían: recuerdo haber disfrutado con los conciertos de Branford
Marsalis Quartet, John McLaughlin con Paco de Lucía, Stanley Jordan, Stan Getz
Quartet, Ornette Coleman’s Prime Time con Don Cherry y el Art Ensemble of
Chicago. En la página del festival dicen que también estuvo el Dexter Gordon
Quintet, Richie Cole y Sarah Vaughan con su trío, entre otros, pero no asistí a
esos conciertos, no se puede estar en todas partes y el festival tenía
varias sedes. Aquel año fue inolvidable, pero lo que recuerdo con más
intensidad es el concierto que dieron Tito Puente y Celia Cruz. En un ambiente
multicolor, con gente de todos los lugares pero sobre todo vascos y
franceses, en cuanto que empezó a sonar la salsa el velódromo de Anoeta se
convirtió en una sala de fiestas de la Habana pre-castrista. Todo el mundo
bailaba y alucinaba con la fuerza de la guarachera. Quedé convencido de que
Celia Cruz era una de esas cantantes con personalida arrolladora que se dan una
vez por siglo: como la Callas, Ella
Fitzgerald o la Niña de los Peines.
Luego acudí cada vez que se presentó la ocasión de disfrutar de un
concierto suyo, pero recuerdo de manera especial uno que se celebró en Segovia,
ya no recuerdo en qué año, en el festival de verano que organiza el
ayuntamiento local. Era una de esas noches de agosto en que el aire baja del
Guadarrama próximo y hace que la noche se vaya enfriando progresivamente, de
manera que llega un momento en que es difícil estar ahí, vestido con ropa
veraniega y tiritando de frío. El “frescor”
era tal que la taquilla no había sido ni mucho menos la que se merecía una
artista de su talla. Sin embargo, eso no hizo que bajara la intensidad de su
espectáculo y la vimos entregarse de la misma forma que lo había hecho ante
miles de personas en el abarrotado velódromo de Anoeta. Nos proponía
superar el frío siguiéndola en su arrebatador despliegue de música, pero ella no
desfallecía ni un momento. Los pocos que tuvimos la suerte de estar allí aquel
día disfrutamos de toda la intensidad de su canción y de los ritmos trepidantes
de Tito Puente.
Así son los grandes artistas. Son grandes siempre, en cualquier
circunstancia.
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