Como casi siempre, suscribo lo que dice este señor al 100%. Parece que habla por mí. Por eso lo traigo aquí.
nov, 19, 2012
Los buenos músicos a los que he conocido no tenían
prejuicios hacia otras formas musicales que no fueran la que ellos ejercían, y
sí una atenta y respetuosa curiosidad. Una vez tuve la ocasión de cenar con
Alfred Brendel en Madrid, después de un concierto suyo, y me preguntó con mucho
interés por cantaores flamencos, y por directores y actores del cine español,
por cierto, a los que era muy aficionado. Mi querido Joseph Horowitz, musicólogo
formidable -no hay pianista que no haya leído con reverencia sus Conversaciones
con Arrau- , se acuerda de cuándo descubrió a Juanito Valderrama en
una cinta antediluviana que compró en un bar de carretera, durante un viaje por
España. Fue Manuel de Falla quien más hizo, junto a un García Lorca
jovencísimo, por rescatar la nobleza del flamenco en el festival de Granada de
1922. Hace tiempo conté aquí la amistad que unía a Arnold Schönberg y a George
Gershwin, que jugaban al tenis a diario en Hollywood. Fue Schönberg quien hizo
una bella necrológica tras la muerte de Gershwin, a quien en sus últimos años
le amargaron la vida los estirados del establishment clásico americano. Richter
terminaba de tocar en Carnegie Hall y tomaba un taxi en la misma calle 57 para
subir a Harlem a escuchar a Art Tatum. Béla Bartók se pasó parte de su vida
recorriengo los pueblos más apartados de Rumanía y de Hungría en busca de
músicas populares que transcribía y grababa. A directores de orquesta y a
compositores muy serios les he oído maravillas sobre las melodías y las
armonías de los Beatles. Cuando viajó a Estados Unidos a finales de los años
veinte Ravel sólo quería que lo llevaran a escuchar jazz y blues. El segundo
movimiento de su sonata para violín y piano se titula, precisamente, Blues. Antes
de que el jazz se llamara jazz Debussy estaba incorporando aires de danzas
afroamericanas en algunas de sus piezas para piano. A Ligeti
Thelonious Monk y Bill Evans le inspiraron algunos de sus
preludios. En suites y sonatas Bach incorpora sin reparo danzas campesinas.
Ligeti y Steve Reich se han empapado de los ritmos de tambores y de las
polifonías africanas. John Coltrane tomó lo que puede parecer un valsecillo
azucarado de Sonrisas y lágrimas - My Favourite
Things- y lo sometió a variaciones e improvisaciones inagotables que
están, probablemente, entre las cimas de la música del siglo pasado.
Unas músicas nos llegan más que otras, o nos importan
más que otras, y hasta eso cambia mucho a lo largo de la vida. Las primeras
emociones musicales que recuerdo, intensísimas, se las debo, entre otros,
a Manolo Escobar, a Lola Flores, a Antonio Molina, a Juanito Valderrama. Empecé
a aficionarme a la música clásica porque a un amigo mío de Úbeda, Nicolás
Latorre, le habían regalado en el concurso Cesta y Puntos un
pequeño tocadiscos portátil y un disco con Las cuatro estaciones. Durante
mucho tiempo no tuvimos otro. Yo me iba a su casa por las tardes y
escuchábamos Las cuatro estaciones. Todos los días. Cara A y
cara B. Después alguien nos prestó la sinfonía Nuevo Mundo , y
a los dos nos sorprendió encontrar en ella lo que habíamos creído hasta
entonces que era una canción de Mocedades. Poco después, Nicolás encontró, en
un estanco nada menos, y a un precio accesible hasta para nuestra penuria, un
disco de segunda mano con el Concierto para cello y orquesta de Dvorak. Pero
también me gustaban Quilapayún, Bob Dylan, Violeta Parra, Paco Ibáñez, The
Animals, Frank Zappa, John Mayall, lo que uno iba encontrando. Cayó en mis
manos un disco de José Menese y me aficioné al flamenco. Luego estuve en un
recital de Carmen Linares y de Rafael Romero, el Gallina. En
un disco que me dejó alguien con la banda sonora de una película sobre Isadora
Ducan que me había impresionado mucho escuché por primera vez fragmentos
de La consagración de la primavera. Sin que me diera mucha
cuenta Stanley Kubrick hizo mucho por mi educación musical: cómo no
estremecerse en La naranja mecánica con el arranque de
la Música para el funeral de la reina Mary, aunque uno no supiera
quién era Purcell, aunque sonara en la versión para sintetizador ideada por
aquel compositor que primero se llamó Walter y luego Wendy Carlos.
Y aquí sigo, ávido por descubrir y por compensar la
falta de educación musical con afición y curiosidad, dejándome guiar por lo
único que tengo, el gusto de escuchar, el hábito que se ha ido formando a lo
largo de los años.
(Antonio Muñoz Molina en su blog: escrito en un instante).
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