Uno era tan estúpido que escuchaba a un músico, lo convertía en su favorito y apenas escuchaba a ninguno más. Mi saxofonista favorito era John Coltrane y había muerto en 1967. Había escuchado al resto, pero al que dedicaba horas de escucha era al pobre “Trane”.
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Hacia el final de los años ochenta o principios de los noventa fui a un festival de jazz en Madrid, en el Palacio de los Deportes. Apareció un tipo enorme, de unos sesenta años, que se plantó en el escenario, llenó sus pulmones de aire y empezó a tocar. Soplaba y soplaba y todo lo que salía por aquel saxo tenor era una maravilla. Me quedé desconcertado. No había oído nunca salir tanta música de un pequeño objeto como aquel instrumento de metal. Improvisaba, tocaba los arreglos de los temas y parecía que le iba la vida en ello. Debía de estar de gira y tal vez llevaba semanas tocando casi todas las noches, pero parecía un chaval al que le dan su primera oportunidad de tocar en público y se sube al escenario a desgañitarse haciéndolo. Jamás he visto un directo tan impresionante. Transmitía una fuerza que era física. Seguramente sus armonías estaban muy bien estudiadas, posiblemente sabía más teoría musical de la que aparentaba, pero lo que uno escuchaba era un tiarrón del Harlem soplando “como la madre que lo parió”.
Hacia el final de los años ochenta o principios de los noventa fui a un festival de jazz en Madrid, en el Palacio de los Deportes. Apareció un tipo enorme, de unos sesenta años, que se plantó en el escenario, llenó sus pulmones de aire y empezó a tocar. Soplaba y soplaba y todo lo que salía por aquel saxo tenor era una maravilla. Me quedé desconcertado. No había oído nunca salir tanta música de un pequeño objeto como aquel instrumento de metal. Improvisaba, tocaba los arreglos de los temas y parecía que le iba la vida en ello. Debía de estar de gira y tal vez llevaba semanas tocando casi todas las noches, pero parecía un chaval al que le dan su primera oportunidad de tocar en público y se sube al escenario a desgañitarse haciéndolo. Jamás he visto un directo tan impresionante. Transmitía una fuerza que era física. Seguramente sus armonías estaban muy bien estudiadas, posiblemente sabía más teoría musical de la que aparentaba, pero lo que uno escuchaba era un tiarrón del Harlem soplando “como la madre que lo parió”.
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Acaba de cumplir ochenta años, dice que acaba de perder a su mujer, la única con la que estuvo casado toda la vida, ha perdido a sus colegas de siempre, está solo en su apartamento donde se hace la comida y procura mantener la casa en aceptables condiciones higiénicas.
Acaba de cumplir ochenta años, dice que acaba de perder a su mujer, la única con la que estuvo casado toda la vida, ha perdido a sus colegas de siempre, está solo en su apartamento donde se hace la comida y procura mantener la casa en aceptables condiciones higiénicas.
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Con motivo de su nueva visita a Madrid le hacen una entrevista en El País y el tipo toma aire, llena esos enormes pulmones de oxígeno y dice cosas como éstas:
Con motivo de su nueva visita a Madrid le hacen una entrevista en El País y el tipo toma aire, llena esos enormes pulmones de oxígeno y dice cosas como éstas:
R. La gente decía 'Sonny está tocando mejor que Coltrane' y cosas así. Luego te haces mayor y te das cuenta de que solo un estúpido de remate deja de escuchar a Johnny Hodges al descubrir a Charlie Parker. Es una cuestión de madurez, el único antídoto contra la tontería. Esto no es pop, hijo, esto es jazz, es música de verdad, no hay emociones de contrachapado, las cosas suceden, la gente se hace daño, ríe y llora todo el rato.
P. Si volviera a nacer, ¿cambiaría algo?
R. ¡Claro! He cometido un montón de estupideces. Pero, ¿sabe qué? Acabo de cumplir 80 años y estoy empezando a dejar de sentirme ignorante.
En la entrevista descubre su secreto para tocar a su nivel: toda la vida ha ensayando diez horas diarias.
Hay que aprender de viejos así por si llegáramos a esas edades.
Así tocaba cuando tenía 75 años.
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