Todos hemos criticado alguna vez a Pierre Boulez. Yo, al menos, lo he hecho. Es un hombre que da la impresión de tener un ego monumental. Mientras la vanguardia experimental americana se volcaba en diluir los aspectos de control social que están presentes en el mundo musical, como ha hecho el ácrata John Cage, el muy cartesiano compositor francés se esforzaba en crear la música más compleja que jamás se hubiera hecho y en la que se reflejara su poderío como creador insuperable. También es conocida su aptitud para seducir a los políticos, como cuando consiguió del “gaullismo” la creación del IRCAM, (Institut de Recherche et Coordination Acoustique/Musique). Y es que a los políticos le gustan las figuras notables, las figuras con repercusión y que no pasan desapercibidas, porque eso mismo es lo que quieren ellos para sí. Por otro lado, después de una vida centrada en la creación de la música de la segunda mitad del siglo XX, encabezando el movimiento de la postguerra con la única colaboración, (al nivel estelar que le es propio), del recientemente desaparecido Stockhausen, no tuvo ningún escrúpulo en abandonar la composición para dedicarse a dirigir orquestas interpretando “el repertorio” si bien con cierta inclinación hacia sus maestros de entreguerras. Ya hemos dicho que suponemos que probablemente tendrá que sostener una mansión en la Costa Azul y que de otra manera, sin la dedicación a la música de éxito, o a lo que de éxito puede tener el mundo de la música seria, sería imposible financiar.
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Dicho todo esto, tenemos que reconocer que su dedicación a la música es inmensa y que su enorme personalidad ha cambiado el mundo musical del siglo XX por sí solo, tanto en el campo de la composición musical, en el de la gestión en el ámbito del IRCAM, con una gran incidencia en el nacimiento de las músicas espectrales y las últimas vanguardias europeas, como en el de la dirección de orquesta, tal como hoy se entiende el trabajo con la batuta. Pierre Boulez es, lo queramos o no, un personaje imprescindible a sus 85 años.
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Lo cuenta la crónica de El País con motivo de su actuación en el festival de Lucerna, festival que se ha convertido ya en la referencia del verano, por encima de Salzburgo o de los Proms del londinense Royal Albert Hall.
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