30 jun 2009

Biblioteca: Miles, la autobiografía.


Además de los cotilleos que contamos en el post “Historias de un motherfucker”, la autobiografía que le escribe a Miles Davis el escritor negro Quincy Troupe es un documento muy interesante en cuanto a su música y, no solo eso, sino también para conocer el mundillo musical del jazz en la segunda mitad del siglo XX (aproximadamente 1943-1991). Hay que tener en cuenta que el músico estuvo en casi todas las cosas que pasaron en el jazz durante el periodo. Desde que empezara a tocar con Charlie Parker y Dizzy Gillispie con diecisiete años de edad hasta el final de los años ochenta cuando negaba el apelativo de jazz para su música diciendo que no creía en esos compartimentos estancos con que los críticos la encasillaban, (críticos que le acusaban de haber abandonado el verdadero camino del jazz para comercializarse), su trompeta estuvo en todos los fregados.
Según el músico, la vida de un negro en los EE.UU. (en especial en los años cuarenta y cincuenta), estaba totalmente mediatizada por la segregación y el racismo. Y parece que así debía de ser. Pensar en músicos de la categoría de los referidos (Bird, Dizzy y el propio Miles), malviviendo por los clubs, perseguidos por la policía, considerados como simples delincuentes y, la mayoría de las veces, sin conseguir ganarse el sustento es algo sorprendente. Es verdad que muchos de ellos se habían convertido en drogadictos, pero no es menos cierto que se les obligaba a tocar tres y hasta cinco tandas de música a lo largo de toda la noche y que el cuerpo de los músicos no aguantaba los requerimientos de los dueños de locales.
Es bueno recordar, no obstante, que por entonces la música jazz, a pesar de estar sumida en un mundo musicalmente sofisticado como el que impusieron los primeros intérpretes del bebop, era una música utilitaria cuyo objetivo era conseguir la diversión del público e incluso permitirle bailar. Todavía en esa época existían bailarines de claqué que desarrollaban su técnica bajo los impulsos de Max Roach o Art Blakey. Nada que ver con ese jazz universitario (predominantemente blanco) que se desarrollaría a partir de los años sesenta y que sería el que conocimos aquí cuando esta música alcanzó cierta popularidad: Colegio Mayor San Juan Evangelista. Por el contrario, los compañeros de trabajo de estos grandes músicos no eran los concertistas de guitarra clásica ni los cantantes de recitales de lieder, sino las prostitutas, los chulos, los camellos y los mafiosos que pululaban por estos locales, junto con personajes como Marlon Brando, Ava Gadner o Paul Newman que gustaban de ir a ellos cuando el buen jazz estaba asegurado.
Se queja Miles Davis en su autobiografía de que los blancos se apropiaran constantemente de las músicas que desarrollaban los músicos negros. Que la gente considere a Eric Clapton como el mejor guitarrista de blues tiene que ver con esto. Es como si el mejor guitarrista flamenco fuera un japonés y apenas se escuchara a Paco de Lucía. El rock, por otra parte, no lo inventó Elvis sino Little Richard y Chuck Berry. Es cierto que algunos blancos llegaron más lejos que la mayoría de los negros, como fue el caso de Frank Sinatra, cosa que Miles reconocía hasta el punto de contratar casi siempre músicos blancos cuando su calidad musical se lo aconsejaba, pero en la mayoría de los casos, los blancos triunfaban con lo que habían hecho antes los negros, como fue el caso de Chet Baker, Jerry Mulligan, entre otros, músicos bastante olvidados ahora pero que gozaron de un éxito tremendo en su momento.
Escuchad la voz de Miles Davis, leed este libro y prestad atención a lo que el músico nos cuenta sobre el jazz y la vida.
Es altamente recomendable.

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