Si somos lo que comemos, yo no quiero ni pensar en lo que yo soy. Soy poco menos que nada, como decía la canción.
Un día decidimos en casa ponernos a dieta y, desde entonces, no la hemos abandonado, tampoco es que la hagamos bien, pero se nos ha hecho crónica. Es como una enfermedad que tenemos que arrastrar hasta el fin de nuestros días. Cosas como patatas, arroz, todo tipo de legumbres, pastas, pan, bollos, carnes grasas, casquería, y todas las cosas que come la gente normal, fueron abandonadas un aciago día en que al mirarnos al espejo descubrimos más michelines de la cuenta.
¿En qué consiste nuestra dieta? Pues tiene tres platos. Uno, es una sopa o tal vez puré hecho a base de hierbas según una receta secreta. Es una pócima con poderes depurativos y adelgazantes. Es mágica. El otro plato es sencillamente pollo a la plancha. El tercero es también una receta secreta. Está hecho a base de colas de pescado descongelado en una sustancia opaca que no sé lo que es, pero de la que siempre me acuerdo cuando se habla del caldo primigenio. Yo la llamo el bitches brew, en honor al famoso disco de Miles Davis. (Se puede traducir como el “potingue de las brujas”, o algo así).
Con estas tres cosas creo que nos estamos convirtiendo en sapos. Si, lo digo en serio, somos como los príncipes de los cuentos. Anoche soñé que una princesa me daba un beso y me volvía a convertir en príncipe azul. Tengo una hipótesis histórica que estoy tratando de investigar, la línea de investigación la tengo esbozada: los príncipes azules, muy dados al deporte de la caza como todos los miembros de las familias reales, desarrollaron altos niveles de ácido úrico, colesterol y triglicéridos por comer demasiado de lo que cazaban, por eso, Merlín el mago les puso una dieta que nosotros conocemos bien pero que en aquella época era desconocida, así como sus perversos efectos secundarios. Por mor de esta dieta pasaba lo que hemos visto: que se convertían en sapos. Finalmente tenían que ser las princesas las que vinieran a restablecer el orden perdido.
Para mí está muy claro, pero tendré que hacer una serie de comprobaciones para realizar un estudio que, apoyado en la suficiente bibliografía, convenza a los editores de “Nature” para que publiquen el trabajo, pero ya casi lo tengo.
Un día decidimos en casa ponernos a dieta y, desde entonces, no la hemos abandonado, tampoco es que la hagamos bien, pero se nos ha hecho crónica. Es como una enfermedad que tenemos que arrastrar hasta el fin de nuestros días. Cosas como patatas, arroz, todo tipo de legumbres, pastas, pan, bollos, carnes grasas, casquería, y todas las cosas que come la gente normal, fueron abandonadas un aciago día en que al mirarnos al espejo descubrimos más michelines de la cuenta.
¿En qué consiste nuestra dieta? Pues tiene tres platos. Uno, es una sopa o tal vez puré hecho a base de hierbas según una receta secreta. Es una pócima con poderes depurativos y adelgazantes. Es mágica. El otro plato es sencillamente pollo a la plancha. El tercero es también una receta secreta. Está hecho a base de colas de pescado descongelado en una sustancia opaca que no sé lo que es, pero de la que siempre me acuerdo cuando se habla del caldo primigenio. Yo la llamo el bitches brew, en honor al famoso disco de Miles Davis. (Se puede traducir como el “potingue de las brujas”, o algo así).
Con estas tres cosas creo que nos estamos convirtiendo en sapos. Si, lo digo en serio, somos como los príncipes de los cuentos. Anoche soñé que una princesa me daba un beso y me volvía a convertir en príncipe azul. Tengo una hipótesis histórica que estoy tratando de investigar, la línea de investigación la tengo esbozada: los príncipes azules, muy dados al deporte de la caza como todos los miembros de las familias reales, desarrollaron altos niveles de ácido úrico, colesterol y triglicéridos por comer demasiado de lo que cazaban, por eso, Merlín el mago les puso una dieta que nosotros conocemos bien pero que en aquella época era desconocida, así como sus perversos efectos secundarios. Por mor de esta dieta pasaba lo que hemos visto: que se convertían en sapos. Finalmente tenían que ser las princesas las que vinieran a restablecer el orden perdido.
Para mí está muy claro, pero tendré que hacer una serie de comprobaciones para realizar un estudio que, apoyado en la suficiente bibliografía, convenza a los editores de “Nature” para que publiquen el trabajo, pero ya casi lo tengo.
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