Pertenezco a la generación posterior al mayo del 68, la que tuvo que hacer la transición en España. No la de los "Padres de la Constitución" sino la de los jóvenes que nos las teníamos que ver todos los días en la calle con el franquismo. Fuimos el punto de ruptura con los "progres" marxistas pues nuestro ideario estaba ya en otros referentes. Nosotros no jugamos a la "revolución cultural" china, lo nuestro era un cierto tipo de anarquismo pacifista y algo descafeinado. Como en España había bastante atraso respecto al resto de Europa el 68 llegó aquí a mediados de los setenta y tuvo mucho que ver en ese amanecer libertario la publicación Ajoblanco que apareció por entonces en Barcelona. José Ribas, que fue el impulsor de la revista, ha publicado ahora un libro sobre todo aquello que se titula "Los setenta a destajo". En realidad la revista tenía por objeto decirnos que literatura debíamos leer, que películas había que ver y que música había que oír, pero fue la primera que tuvo una línea política similar a la que seguíamos entonces y, con sus muchos defectos, nos ayudó a conocer muchas cosas que no estaban en el ambiente cultural creado por los "progres" marxistas, ni desde el luego por la oficialidad franquista.
Resulta curioso observar como asimilábamos los defectos de la educación imperante en aquellos años a pesar de estar en las antípodas del régimen. Por ejemplo el dogmatismo que se desprende de lo que acabo de comentar: Ajoblanco daba a conocer la música que hacían entonces Pau Riba, Sisa y la Companyia Eléctrica Dharma, pero apenas ninguna otra más. No parece que la música experimental, el jazz o el flamenco, por poner tres ejemplos, tuvieran el más mínimo interés para José Ribas y por lo tanto desaparecieron de la Biblia libertaria del post-hippismo ibérico. Pero no era José Ribas el único que creaba mitos de forma tan arbitraria y no era España el único sitio donde las cosas eran así. El rock internacional se había cimentado sobre músicos como Eric Clapton, músicos que eran considerados los líderes de una nueva música tan innovadora como jamás se hubiera conocido, en una época en la que en Londres ponían en las pintadas de los muros: "Clapton is God". Esa forma de interpretar los blues creó músicas muy interesantes (oígase el LP Fresh Cream), pero no era más que una evolución muy parecida a la que entonces estaban llevando a cabo músicos como B.B. King, una nueva generación de bluesman a los que nadie hubiera comparado con Dios y que, por cierto, hacían un blues más auténtico pues formaba parte de una tradición que, al tiempo, se renovaba no menos que la música de aquellos guitarristas ingleses, y seguro que Clapton se quitaba el gorro cuando los escuchaba. De manera que, además de dogmáticos, éramos arbitrarios. Dice en su libro José Ribas que las bases americanas habían permitido la difusión de la nueva música rock mediante las emisoras FM que utilizaban los militares, llegando a calificar a los soldados allí destinados para defender el imperio, (en aquella época del ataque comunista, al igual que ahora nos defienden del ataque sarraceno), llega a denominarlos, digo, como adelantados de la contracultura, o algo así. No creo que Ribas y Ajoblanco estuvieran en la nómina de la CIA, como lo estaba gran parte de la elite cultural no marxista de entonces, pero esa forma de analizar los hechos culturales (y a veces también los políticos) era de lo más infantil. Recuerdo que los hippies de mi barrio sentían cierta admiración por un legionario por el mero hecho de que, siguiendo la tradición de ese cuerpo, era un gran fumador de cannabis, y más que fumador, realmente camello de la zona: ¡un individuo que se había alistado voluntario en los cuerpos de elite del ejercito franquista y que no dudaría en dispararnos si el ejercito salía a la calle para acabar con la rebelión permanente que manteníamos contra el régimen!.
Resulta curioso observar como asimilábamos los defectos de la educación imperante en aquellos años a pesar de estar en las antípodas del régimen. Por ejemplo el dogmatismo que se desprende de lo que acabo de comentar: Ajoblanco daba a conocer la música que hacían entonces Pau Riba, Sisa y la Companyia Eléctrica Dharma, pero apenas ninguna otra más. No parece que la música experimental, el jazz o el flamenco, por poner tres ejemplos, tuvieran el más mínimo interés para José Ribas y por lo tanto desaparecieron de la Biblia libertaria del post-hippismo ibérico. Pero no era José Ribas el único que creaba mitos de forma tan arbitraria y no era España el único sitio donde las cosas eran así. El rock internacional se había cimentado sobre músicos como Eric Clapton, músicos que eran considerados los líderes de una nueva música tan innovadora como jamás se hubiera conocido, en una época en la que en Londres ponían en las pintadas de los muros: "Clapton is God". Esa forma de interpretar los blues creó músicas muy interesantes (oígase el LP Fresh Cream), pero no era más que una evolución muy parecida a la que entonces estaban llevando a cabo músicos como B.B. King, una nueva generación de bluesman a los que nadie hubiera comparado con Dios y que, por cierto, hacían un blues más auténtico pues formaba parte de una tradición que, al tiempo, se renovaba no menos que la música de aquellos guitarristas ingleses, y seguro que Clapton se quitaba el gorro cuando los escuchaba. De manera que, además de dogmáticos, éramos arbitrarios. Dice en su libro José Ribas que las bases americanas habían permitido la difusión de la nueva música rock mediante las emisoras FM que utilizaban los militares, llegando a calificar a los soldados allí destinados para defender el imperio, (en aquella época del ataque comunista, al igual que ahora nos defienden del ataque sarraceno), llega a denominarlos, digo, como adelantados de la contracultura, o algo así. No creo que Ribas y Ajoblanco estuvieran en la nómina de la CIA, como lo estaba gran parte de la elite cultural no marxista de entonces, pero esa forma de analizar los hechos culturales (y a veces también los políticos) era de lo más infantil. Recuerdo que los hippies de mi barrio sentían cierta admiración por un legionario por el mero hecho de que, siguiendo la tradición de ese cuerpo, era un gran fumador de cannabis, y más que fumador, realmente camello de la zona: ¡un individuo que se había alistado voluntario en los cuerpos de elite del ejercito franquista y que no dudaría en dispararnos si el ejercito salía a la calle para acabar con la rebelión permanente que manteníamos contra el régimen!.
Izquierda, derecha, son conceptos ambiguos, lo sé, pero aún así siempre me he considerado de izquierdas, no entiendo un movimiento libertario del tipo que sea, en la derecha, sino más bien en la verdadera vanguardia no dogmática de la izquierda. Pero esto que a mí me parece obvio no siempre se ha entendido así, fundamentalmente porque hay ciertas personas que se acercan al movimiento libertario porque por provenir familiarmente de lo más alto de la burguesía tienen reparos en hacer el camino con la izquierda marxista. Así lo reconoce José Ribas en su libro. No sé cual será la situación actual del autor, aún no he terminado las 600 páginas de su libro, pero sí sé que hay muchos que desde el movimiento libertario han terminado en la derecha, empezando por aquellos sindicalistas de la CNT que se adhirieron al sindicato vertical franquista en los años 50. También están Luis Racionero, intelectual en nómina de aquel Ajoblanco que acabó de director de la Biblioteca Nacional con el gobierno de Aznar, Fernando Savater que con valentía se puso al frente de ¡Basta Ya! pero al que veo muy cerca de las tesis de Rajoy últimamente, me refiero incluso a personajes como Fernando Sanchez Dragó, que se ha definido a menudo como libertario, aunque eso sí, católico y conservador, todos ellos números uno de los mejores colegios de pago de España.
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