Aún adolescente acababa de ingresar en una universidad, la politécnica de Madrid, que más bien parecía un campo de batalla. Los numerosos policías patrullaban por las desiertas avenidas montados a caballo, con unas porras muy largas y todos los edificios del campus estaban repletos de soflamas que llamaban a la revuelta contra la vieja dictadura que se había vuelto más insoportable precisamente porque había agotado todas las posibilidades de sobrevivir y su cansancio nos caía encima como una losa.
Una mañana de primavera nos enteramos de que todas las emisoras del vecino país se habían confabulado contra su dictador llamando a la rebelión al pueblo y al ejercito mediante la contraseña de una canción popular que un tal Xosé Alfonso había compuesto para la ocasión: Grandola vila morena, terra do fraternidade…
Hace poco pude satisfacer una vieja aspiración y, por fin, conocer la hermosa ciudad de Coimbra. Admirando las piedras veteranas de la Sé Velha, subí la escalinata que da a la portada Oeste y me encontré súbitamente con un retrato conocido en una pared de una casa frente a la catedral.
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