9 mar 2006

música grabada y música en vivo.

Me parece que existe un gran paralelismo entre la situación de la música, respecto del directo, y la interpretación dramática. Para un actor, el teatro es el verdadero terreno de la actuación, el cine, como las grabaciones sonoras, son una “falsificación” de la realidad (sonora o dramática), en la cual el resultado final depende más que del trabajo de un interprete (músico o actor) del buen hacer de un productor, de unos técnicos de sonido, de un director, etc. La grabación sonora no es algo neutro que se limita a recoger el sonido que origina un músico. La “verdad” de la música está en el directo y el “aura” también. Porque en la interpretación en vivo existe espectáculo y en la grabación no. Ver una máquina que reproduce música no es tan “espectacular” como ver a un congénere que ha desarrollado una extraordinaria técnica que le permite interpretar la música de Beethoven pulsando las teclas de un sofisticado artilugio mecánico que tiene unos macillos que golpean unas cuerdas y crean un sonido maravilloso (lleno de numerosos armónicos producidos por unas excelentes maderas) que inundan la sala donde estamos, sin poder quitar los ojos de ese prodigio que se está produciendo en esos momentos. Ese espectáculo no existe en un iPod. Pero lo mismo que el cine y el teatro conviven desde hace muchos años y sería absurdo negar las enormes posibilidades narrativas del séptimo arte, tal vez en el mundo sonoro suceda algo parecido. La música grabada, al igual que el cine, puede que sea un lenguaje distinto que permita hacer cosas distintas, más artificiosas, pero también creativas y con resultados interesantes. Esas técnicas de grabación a veces tienen consecuencias tan determinantes como sucede en la música electro-acústica, en la música concreta, o como sucedió en el área del Jazz con las primeras grabaciones del extraordinario técnico de sonido Rudy van Gelder cuando grabó al quinteto de Miles Davis: tal vez el Jazz de los años cincuenta hubiera sido distinto de no contar con la posibilidad de grabar una música en la que se distinguían bien los matices de la improvisación, lo cual solo empezó a ser una realidad al final de aquella década.

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