22 feb 2006

Musicología.

En navidades nos reunimos en Madrid los viejos amigos y cenamos juntos una noche. Algunos me preguntaron que porqué estaba estudiando musicología a mi edad.
Muchos años antes, cuando éramos jóvenes, solíamos reunirnos en alguna casa a pasar las tardes de los sábados hablando de cosas serias (eran los años de la transición) y tomar cervezas. En una de esas reuniones (serias) se planteó la siguiente cuestión: cómo se llaman los pitos (en realidad las flautas de pan) que utilizan los afiladores que vienen de Orense. Nadie supo aquella tarde responder a esta pregunta.
Después de aquella cena de navidad, cuando volví a retomar el curso, pude comprobar, estudiando Etnomusicología, que aquellos pitos (flautas de pan) se llaman en Galicia “chifre”. No se que será chifre en gallego, pero en portugués es cuerno, quizás porque antiguamente se usaban cuernos de caza para la misma función.
Ahora me di cuenta de por qué estaba estudiando musicología a mi edad: porque quería saber como se llaman los pitos de los afiladores (y de los capadores de cerdos que también los usan).
Sobre esto de aprender a cierta edad hay una anécdota que cuenta que cuando le dieron la cicuta a Sócrates y estaba esperando su mortífero efecto cogió una flauta y se puso a ensayar una melodía. Le preguntaron que por qué lo hacía y contestó que quería aprender una canción. Entonces le dijeron que para qué iba a aprender la canción si le quedaban unos minutos de vida y respondió el filósofo: para aprenderla antes de morir. La contestación no deja de ser una perogrullada pero encierra una cierta filosofía (por eso era filósofo Sócrates) que consiste en afrontar la muerte pero haciéndole cara hasta el último minuto. Ya sabemos que somos viejos (los que los somos o estamos en camino de serlo) pero eso no quita que nos vayamos a rendir.
Mi madre, que hizo muchos sacrificios junto con mi padre cuando joven para que pudiéramos estudiar mi hermana y yo, también se pregunta por qué ahora me pongo a estudiar una cosa que no me va a servir para nada. No le puedo contestar que lo que no me sirvió para nada fue la carrera “tan práctica” que hice en su día, así que tampoco sé que contestarle.

De lo que se deduce que aunque a veces no sepamos responder sobre la razón de ciertas cosas que hacemos, sí sabemos (en nuestro fuero interno) por qué las hacemos.

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