Musicología.
En navidades nos reunimos en Madrid los viejos amigos y cenamos juntos una noche. Algunos me preguntaron que porqué estaba estudiando musicología a mi edad.
Muchos años antes, cuando éramos jóvenes, solíamos reunirnos en alguna casa a pasar las tardes de los sábados hablando de cosas serias (eran los años de la transición) y tomar cervezas. En una de esas reuniones (serias) se planteó la siguiente cuestión: cómo se llaman los pitos (en realidad las flautas de pan) que utilizan los afiladores que vienen de Orense. Nadie supo aquella tarde responder a esta pregunta.
Después de aquella cena de navidad, cuando volví a retomar el curso, pude comprobar, estudiando Etnomusicología, que aquellos pitos (flautas de pan) se llaman en Galicia “chifre”. No se que será chifre en gallego, pero en portugués es cuerno, quizás porque antiguamente se usaban cuernos de caza para la misma función.
Ahora me di cuenta de por qué estaba estudiando musicología a mi edad: porque quería saber como se llaman los pitos de los afiladores (y de los capadores de cerdos que también los usan).
Sobre esto de aprender a cierta edad hay una anécdota que cuenta que cuando le dieron la cicuta a Sócrates y estaba esperando su mortífero efecto cogió una flauta y se puso a ensayar una melodía. Le preguntaron que por qué lo hacía y contestó que quería aprender una canción. Entonces le dijeron que para qué iba a aprender la canción si le quedaban unos minutos de vida y respondió el filósofo: para aprenderla antes de morir. La contestación no deja de ser una perogrullada pero encierra una cierta filosofía (por eso era filósofo Sócrates) que consiste en afrontar la muerte pero haciéndole cara hasta el último minuto. Ya sabemos que somos viejos (los que los somos o estamos en camino de serlo) pero eso no quita que nos vayamos a rendir.
Mi madre, que hizo muchos sacrificios junto con mi padre cuando joven para que pudiéramos estudiar mi hermana y yo, también se pregunta por qué ahora me pongo a estudiar una cosa que no me va a servir para nada. No le puedo contestar que lo que no me sirvió para nada fue la carrera “tan práctica” que hice en su día, así que tampoco sé que contestarle.
De lo que se deduce que aunque a veces no sepamos responder sobre la razón de ciertas cosas que hacemos, sí sabemos (en nuestro fuero interno) por qué las hacemos.
22 feb 2006
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19 feb 2006
Una película, un libro.
Las vidas de Miles Davis (Miles Dewey Davis III, Alton, Illionis 1926-1991) y de Camarón (José Monje Cruz, San Fernando, Cádiz, 1950-1992) tenían poco en común. Lo que puedan tener en común un músico de Jazz, trompetista y director de las mejores bandas que ha habido desde los años cuarenta y un cantaor que revolucionó el flamenco, el único que ha recibido “la llave del cante” después de muerto. Sin embargo una película y un libro los han puesto de actualidad y los paralelismos entre ambos no son tan escasos como pudiera parecer en un principio.
La película Camarón de Jaime Chávarri no descubre nada nuevo de la biografía del genio de San Fernando pero recrea bien los ambientes vividos por el cantaor y las personas que le acompañaron, entre los que destacan (por conocidos del público) Paco de Lucía, Tomatito, Manolo Caracol, etc.
El libro de Ian Carr Miles Davis, la biografía definitiva, es un repaso a la obra musical del legendario trompetista, a las grabaciones y las giras anuales, con detalle de los músicos que le acompañaron en cada una, así como de la gestación de los temas y los arreglos.
Lo que tienen en común las vidas de ambos es, en primer lugar, un orgullo de raza que les lleva a enfrentarse a cualquiera que los menosprecie por su condición racial, gitano uno y negro el otro. En la película, Camarón solo exhibe su cante cuando quiere y si alguien se lo exige simplemente se niega a cantar. Miles Davis tiene problemas con la policía cada vez que es tratado de forma ofensiva por su condición racial, (como cuando conduce su Ferrari y es detenido por cualquier policía que piensa que lo debe de haber robado), pero se defiende salvajemente. Sin embargo ambos distinguen entre lo que Miles Davis define simplemente como racistas del resto de personas con las que tratan, de manera que entre sus músicos hay blancos y negros a los que juzga solo por la forma en que tocan, como quería que le hubieran juzgado a él. Camarón es un mito entre los gitanos pero se rodea de “payos” cuando la ocasión lo requiere: su amigo de siempre, su cocinero payo como él dice en la película, Paco de Lucía y posteriormente los músicos de jazz que experimentan con él: Carles Benavent, Jorge Pardo, etc.
Hay otro aspecto destacado de su música que ambos comparten, y es su heterodoxia. Miles Davis reinventó el jazz varias veces a lo largo de su vida, casi en cada década desde los años cuarenta, pero a partir de los años sesenta, los puristas le negaron la etiqueta de jazz a su música porque había cometido el pecado imperdonable de mezclarse con las músicas de su tiempo. En sus últimos años él mismo negaba pertenecer al mundo del jazz, aspiraba a ser simplemente un músico de la calle. Mantuvo una agria polémica con Wynton Marsalis, un excelente trompetista que había realizado algunas buenas grabaciones de música clásica y que se había estancado en los caminos que el propio Miles había recorrido antes de que él naciera y a quien le negaba ahora el pan y la sal por la utilización de instrumentos electrónicos y elementos de la música rock o del pop.
De igual manera, Camarón se convirtió en el destinatario de todas las críticas del numeroso clan de ortodoxos que pretende que el flamenco es algo estático que ha sido así por los siglos de los siglos y que así debería permanecer eternamente. También Camarón era acusado de utilizar instrumentaciones y elementos propios del rock, de la música pop y de otras músicas como la brasileña o el jazz.
Este numeroso grupo de ortodoxos no estaban para defender a sus defenestrados artistas cuando éstos más los necesitaban, cuando Miles tocaba en los burdeles del sur racista o Camarón cantaba en las fiestas de señoritos, como un adorno más de la fiesta y el puterío. Ni estaban allí cuando ambos se vieron obligados a superar la adicción a la heroína que estaba acabando con sus carreras.
Lo que los ortodoxos olvidaban era que tanto el jazz como el flamenco habían nacido como hijos ilegítimos de la música seria y eran mestizos desde su cuna, la cual, por cierto, no estaba en una iglesia, sino en los burdeles y sitios de mala vida a las afueras de las ciudades. Los músicos de jazz hacían música de baile, (el jazz siempre fue música de baile hasta que algunos blancos lo llevaron a la universidad), y se desarrolla a partir de la música que tocaban aquellos músicos cuando a altas horas de la noche se quedaban solos en sus tugurios y empezaban a improvisar. El jazz está formado por la amalgama de músicas tanto de tradición europea como afro-americana. De la misma manera el flamenco es algo aún inexplicado pero que viene de la evolución que imprimen algunos cantaores geniales a las músicas que tenían a mano. El flamenco siempre ha sido hijo ilegítimo y ha estado relacionado con todo tipo de músicas con que el pueblo se entretenía y bailaba. Ya hace años que algunos flamencólogos advertían de la “falsedad” que suponía cantar por seguirillas cuando nadie sufre ya las persecuciones y ultrajes a que fueron sometidos antaño los gitanos.
Las maniobras de estos ortodoxos están muy bien descritas en el artículo de Miguel Ángel Berlanga sobre el nuevo flamenco en la Revista Transcultural de Música.
Miles Davis y Camarón de la Isla, son dos músicos grandes que nos dejaron (el primero en 1991 y el segundo en 1992), pero de los que nos ha quedado una gran cantidad de buena música.
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18 feb 2006
Nace este blog con una vocación ecléctica. Entendemos eclecticismo según la Real Academia: eclecticismo. (De ecléctico).
1. m. Modo de juzgar u obrar que adopta una postura intermedia, en vez de seguir soluciones extremas o bien definidas.
2. m. Escuela filosófica que procura conciliar las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas.
Así que en todas las músicas caben todas las doctrinas que parezcan mejores o más verosímiles.
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