La música clásica es un
cementerio. Tocar una obra de un músico vivo es algo sorprendente en ese ámbito.
EL MUNDO titula un artículo: Peter Eötvös instruye y dirige a la 'vanguardia'
en Madrid. ¡Por fin! ¡Música viva! Leemos el artículo y comprobamos los autores
que va a interpretar este director húngaro, uno de los más preocupados en
actualizar el canon clásico: Luciano Berio, tristemente desaparecido en 2003.
Los demás son Stravinski (1882-1971), Schoenberg (1874-1951) y
Hindemith (1895-1963). Claro que también hay una obra del propio Eötvös (1944).
En definitiva: un grupo de jóvenes rebeldes que vienen a cambiar los términos musicales que
tan bien había definido la Primera Escuela de Viena.
Todos estos músicos, no obstante,
estrenaron sus obras en vida y alcanzaron un importante éxito que les fue
reconocido por sus coetáneos. ¿Cuándo se acabó ese entendimiento de la música
con sus autores vivos? Pues en el caso de los aquí mencionados, Stravinski,
Schoenberg y Hindemith, fue Adolf Hitler quien, a través de su Ministro de
Cultura y Propaganda, Joseph Goebbels, los tildó de Entartete Kunst, (arte
degenerado), como lo habían sido los pintores Marc Chagall, Kandinsky, Paul
Klee, Edvard Munch y muchos otros. Una raza superior hacía un arte superior
(Bach, Beethoven, Mozart), las razas degeneradas, (el judío Schoenberg, el
eslavo Stravinski y el traidor Hindemith, símbolo musical de la República de
Weimer, y, por supuesto, los músicos negros de jazz), hacían arte degenerado. Ese
es el origen de la mentalidad que considera a la música de vanguardia como
música mala y desagradable.
¿Por qué se la considera mala y
desagradable? Por dos razones: por ignorancia y porque no responde a unos
valores determinados. En cuanto a lo primero no hay nada que decir. Nadie que
afirme que la música contemporánea es mala (per se) ha leído, por ejemplo, “La
música contemporánea a partir de 1945” de Ulrich Dibelius o los propios
escritos de Schoenberg, quien antes de cargarse toda la teoría clásica sobre la
armonía la estudió y la divulgó en libros memorables como su “Armonía”, (Harmonielehre).
¿Existe una coincidencia entre las teorías de Goebbels y el pensamiento
anti-vanguardia? Bueno, una gran parte de las personas que consideran mala la
música de Hindemith, consideran malas las músicas populares africanas, árabes o
el gamelán balinés. ¿Entonces, cabe pensar que quien considera buena la música
de la Primera Escuela de Viena y mala la de la Segunda, defiende unos valores
que están anclados en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX? Pues no lo sé.
Deberíamos preguntarnos qué sentimos cuando escuchamos la música de Mozart.
Personalmente escucho un equilibrio, un sentimiento
de que todo está en su justa medida, estable, sereno. Precisamente eso quiere
decir la palabra armonía. Todo ello es ameno, es placentero, nos gusta, a
cualquiera le satisface. Pero podíamos llevar esta apreciación más lejos y
concluir que cuanto más sencilla es la música, más se disfruta, porque no nos
exige nada. Recordemos esa escena magnífica de Billy Wilder en “La tentación
vive arriba”, (ya lo he comentado), en la que Tom Ewell quiere conquistar a una
magnífica Marilyn Monroe con la música para piano de Rachmaninov, pero ella se
emociona con una sencilla (y algo estúpida) música infantil: “me pone la carne
de gallina”, dice Marilyn. ¿Qué se le puede pedir a la música? Todo. Allá cada
cual. Pero, podría pensarse que pedirle a la música sólo equilibrio y ese
sentimiento de que todo está en su justa medida, estable, sereno, tal vez sea
poco y además mentira. La música de Mozart era una música para agradar porque
aún estaba dirigida al entretenimiento de la nobleza austríaca, como la de Haydn:
un criado de los Esterházy. En el fondo de esos sentimientos hay uno muy traidor:
la nostalgia. La nostalgia es un sentimiento traicionero porque pretende
renunciar a nuestra felicidad recordando la felicidad pasada, y eso es absurdo
se mire como se mire. Volviendo a los nazis, recordemos que hicieron un uso
habitual de la nostalgia. Su pensamiento retrógrado y reaccionario se basaba en
traer a la memoria de los alemanes los tiempos pasados, aquellos tiempos en que
aún vivían en el campo y vestían como bávaros (o sajones antiguos). Los nazis
contraponían al mundo moderno, con todos sus conflictos, el mundo antiguo de la
Alemania de siempre, sin judíos, sin comunistas. Una raza pura de campesinos
rubios. Prometían un mundo sin conflicto y eso fue lo que trajeron: el mayor
conflicto jamás conocido. Así que después de la II Guerra Mundial nadie quiso
seguir por ese camino. Nadie, salvo los abonados a las grandes orquestas de
Europa y EE.UU. que siguieron con su pretensión de disfrutar de la nostalgia de
esas sensaciones de equilibrio y orden que resultan tan agradables.
Algunos aficionados dicen que la
música les gusta porque les relaja. Se les podría contestar: no te relajes que
puede volver el fascismo.
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