Esta entrada se publicó por primera vez en el blog que Enrique Falcó tiene en el diario Hoy de Badajoz, como nuestra colaboración al mismo según nos había solicitado.
TODAS
LAS MÚSICAS EN BADAJOZ.
Ahora
que han llegado las vacas flaquísimas se me vienen a la memoria los muchos buenos ratos que hemos pasado los aficionados
a la música en Badajoz. Los amigos que dejé en Madrid cuando me vine a vivir a
la ciudad me preguntaban muchas veces si no echaba de menos los conciertos a
los que allí solíamos acudir tanto en el Auditorio Nacional, (entonces no
estaba el Real reformado), como en el Whisky Jazz, la sala Clamores o el
Colegio Mayor San Juan Evangelista, este ultimo convertido entonces en la
catedral del Jazz, (o tal vez sería más propio decir la ermita del jazz, que
tampoco es tan grande). Yo les contestaba que lo que había perdido en oferta,
que en Badajoz era evidentemente menor que en Madrid, lo había ganado en inmediatez,
de manera que aquí era más fácil acudir a cualquier evento de lo que lo era en
la gran urbe, acudiendo a la salida del trabajo a un concierto sin más pérdidas
de tiempo ni preparativos que dar un corto paseo hasta el Menacho o,
posteriormente, hasta el López de Ayala.
He
visto a Lorin Maazel, el director de orquesta norteamericano de origen francés
que dirigió la Filarmónica de Nueva York, anteriormente la de Cleveland, la
Orquesta de la Ópera de Viena (1982 - 1984), la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh
(1988 - 1996), y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Baviera (1993 - 2002), y
que ha terminado contratado por la muy poderosa (económicamente hablando)
Comunidad Valenciana, lo he visto, digo, en el Auditorio de verano “Ricardo
Carapeto” dirigiendo una orquesta de festival en un verano ya lejano, para lo
que tuvimos que construirle un entablado con varios niveles donde colocar los
músicos. He visto solistas como el violinista alemán Frank Peter Zimmermann, el trombonista, director y compositor sueco Christian
Lindberg, el mejor especialista vivo en el trombón, he disfrutado de la
maestría y la sensibilidad de la pianista lusa Maria João Pires, una de las
grandes figuras mundiales del piano y tantos y tantos buenos músicos que, a
través de la Sociedad Filarmónica, con
el apoyo de la Diputación Provincial o de la Orquesta de Extremadura, han
venido a darnos a conocer su maestría y buen arte musical.
Hacia
el año 1983, los grandes guitarristas del jazz de la posguerra que habían
seguido el camino de Charlie Christian, (muerto en en 1942), también habían
desaparecido: Django Reinhardt en 1953 con 43 años y Wes Montgomery en 1968 con
la misma edad. Los músicos de jazz de entonces no se cuidaban mucho, según
parece. El crítico Juan Claudio Cifuentes decía recientemente que el mejor
guitarrista de jazz para él ha sido Kenny Burrel. Kenny ha debido cuidarse más
porque con 81 años aún vive. Yo le vi tocar en el antiguo Teatro Menacho a mediados
de los ochenta con una técnica impresionante. Joe Henderson ha tocado con casi
todo el mundo que ha sido algo en el jazz. No hay más que consultar su
discografía en la Wikipedia. Su último disco lo gravó en 1999 con Terence Blanchard, (a quien vimos en el López hace un par de años). Yo vi en aquellos años ochenta a Joe
Henderson en el mismo teatro Menacho. Tal vez el mejor músico de jazz latino
sea Paquito de Ribera, a quien también
vi en ese teatro por entonces. Un año en que estaba de vacaciones me perdí la
actuación en Badajoz de Ron Carter, el mejor contrabajista de jazz que ha
habido, (según mi amigo José Vicente que es profesor de contrabajo en el
Conservatorio de Segovia). Recientemente he visto en el López de Ayala a los
mejores músicos que ahora mismo se mueven por Nueva York o Los Angeles, como Brad Mehldau, Joshua
Redman, Kurt Rosenwinkel, Terence Blanchard, Roy Hargrove y muchos más.
He visto en Badajoz a José Menese, una vez en la
Asociación de Arte Flamenco y otra en el MEIAC, a Carmen Linares, Vicente
Amigo, Tomatito, Rancapino, Estrella Morente y un largo etcétera que incluye
algunos que me perdí por distintas causas como Camarón, Lebrijano, y más
recientemente Miguel Poveda o Enrique Morente, (a quien pude ver en Mérida).
Los músicos, cantantes y cantautores en el ámbito de
las músicas más populares que he podido disfrutar en esta ciudad engrosarían
una lista que se haría interminable. Por ejemplo, una noche después de una
magnífica actuación de Joaquín Sabina en la Plaza de Toros recuerdo pararnos a
charlar un rato con él frente al bar La Colmena en la plaza-fuente de la Constitución
y recuerdo también que a mi amiga Manoli le firmó un billete de mil pesetas
porque en aquel momento no tenía otro objeto donde inmortalizar su autógrafo.
Mi amiga, por cierto, se gastó el billete en cuanto que vio que no le quedaba
otro, porque pueden más las necesidades económicas que las de la nostalgia, la
admiración o el recuerdo cariñoso, por mucho que se diga lo contrario.
Quiero decir con todo esto que tal vez no nos demos
cuenta de lo mucho que tenemos hasta que no lo vemos comprometido. Es como la
salud, hasta que uno no está enfermo no es consciente de la inmensa maravilla
que es la vida cuando no se tienen enfermedades. He visto tocar en el López a
músicos norteamericanos que debían de quedarse atónitos al comprobar el
edificio de que disponía una pequeña ciudad de provincias como es la nuestra,
acostumbrados a tocar en tugurios lúgubres a pesar de su gran categoría
musical. Incluso algún músico como el anteriormente mencionado Christian
Lindberg, tal vez no haya encontrado en ese paraíso del Estado de Bienestar que
son los países escandinavos, locales tan apropiados como los que encontró en
esta ciudad del profundo sur europeo. Tenemos ciclos de música contemporánea,
festivales de música clásica, una orquesta de Extremadura que tiene un gran
potencial, un festival de jazz veterano que nos ha malacostumbrado a recibir a
figuras americanas, europeas y española de primera fila, Badasom ofrece en las
noches de verano flamenco y fados, una gran combinación para una ciudad de
frontera.
Racionalizar
el gasto es algo muy conveniente. Tal vez en el pasado se debió diseñar con más prudencia el gasto cultural, pero hay
que tener cuidado con la merma que podemos recibir en el disfrute de nuestros
derechos, porque una rebaja en las prestaciones es lo mismo que una bajada en
el sueldo. Y la cultura también importa. Y mucho.
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