Kenny Garrett, Alto and Soprano Saxophones
Kona Khasu, Bass
Johnny Mercier, Organ
Justin Brown, Drums
Kona Khasu, Bass
Johnny Mercier, Organ
Justin Brown, Drums
*
Kenny Garrett no dejó indiferente a nadie el sábado en Badajoz. Entre el variopinto público que asistió al concierto hubo alguno que no aguantó y se marchó a la mitad, el resto disfrutamos de un buen espectáculo. Para empezar mencionaremos lo que menos nos gustó.
En primer lugar no estuvo a la altura de la gala el sonido, con unos técnicos en la mesa que no se percataban de que el teclado o el bajo no se oían aunque los músicos se lo pidieran haciendo tales señas que sólo les faltó ponerse de rodillas, o que, cuando el bajista salió de la escena, dejaron el amplificador encendido de manera que fue acoplándose hasta tapar el sonido del grupo con un zumbido, pese a que el músico se lo había advertido previamente con señas. ¿Cómo se puede organizar un festival de esta categoría con unos técnicos en la mesa incapaces de interactuar con el grupo y estar atentos a lo que pasa?
El bajista fue el músico que menos me gustó. No es que lo hiciera mal, pero creo que no estaba a la altura del resto.
Kenny Garrett es un sensacional saxo alto, un gran intérprete que ha tocado con los mejores del jazz, pero no es un músico que tenga una idea musical y que sepa plasmarla con su grupo, como hizo el jueves Terence Blanchard. Eso se nota, por ejemplo, en su obsesión por el crescendo, una forma musical con la que consiguió sus mejores interpretaciones con Miles Davis, y que ha convertido en un sello de la casa. De la misma manera que con Roy Hargrove, pudimos escuchar distintas músicas bien interpretadas: góspel de iglesia, (sobre todo en el teclado), un funky muy fuerte y eficaz, experimentación libre, incluso con piano y saxo soprano, una especie de suite sobre música popular americana (blanca), que recordaba a Aaron Coplan. El ritmo trepidante de Justin Brown en la batería y los solos enérgicos de Kenny Garrett en el saxo alto fueron lo mejor del concierto. Al final el saxofonista se metió al público de tal manera que se dedicó a interactuar con él durante la última media hora, proponiendo tocar las palmas, después aplaudir y vuelta a empezar con su funky vigoroso.
Kenny Garrett no dejó indiferente a nadie el sábado en Badajoz. Entre el variopinto público que asistió al concierto hubo alguno que no aguantó y se marchó a la mitad, el resto disfrutamos de un buen espectáculo. Para empezar mencionaremos lo que menos nos gustó.
En primer lugar no estuvo a la altura de la gala el sonido, con unos técnicos en la mesa que no se percataban de que el teclado o el bajo no se oían aunque los músicos se lo pidieran haciendo tales señas que sólo les faltó ponerse de rodillas, o que, cuando el bajista salió de la escena, dejaron el amplificador encendido de manera que fue acoplándose hasta tapar el sonido del grupo con un zumbido, pese a que el músico se lo había advertido previamente con señas. ¿Cómo se puede organizar un festival de esta categoría con unos técnicos en la mesa incapaces de interactuar con el grupo y estar atentos a lo que pasa?
El bajista fue el músico que menos me gustó. No es que lo hiciera mal, pero creo que no estaba a la altura del resto.
Kenny Garrett es un sensacional saxo alto, un gran intérprete que ha tocado con los mejores del jazz, pero no es un músico que tenga una idea musical y que sepa plasmarla con su grupo, como hizo el jueves Terence Blanchard. Eso se nota, por ejemplo, en su obsesión por el crescendo, una forma musical con la que consiguió sus mejores interpretaciones con Miles Davis, y que ha convertido en un sello de la casa. De la misma manera que con Roy Hargrove, pudimos escuchar distintas músicas bien interpretadas: góspel de iglesia, (sobre todo en el teclado), un funky muy fuerte y eficaz, experimentación libre, incluso con piano y saxo soprano, una especie de suite sobre música popular americana (blanca), que recordaba a Aaron Coplan. El ritmo trepidante de Justin Brown en la batería y los solos enérgicos de Kenny Garrett en el saxo alto fueron lo mejor del concierto. Al final el saxofonista se metió al público de tal manera que se dedicó a interactuar con él durante la última media hora, proponiendo tocar las palmas, después aplaudir y vuelta a empezar con su funky vigoroso.
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