Acertamos al tildar a Miles Davis de Motherfucker. En primer lugar porque el libro escrito por Quincy Troupe utiliza el fino lenguaje del músico siempre cargado de tacos y expresiones mal sonantes que ya conocíamos de las entrevistas. En segundo lugar porque el trompetista era un hijoputa, (que es como traducen el término), de armas tomar. Algo sabíamos de lo que se decía por ahí y de lo que se traslucía de la biografía de Ian Carr, pero aquí el músico se retrata. Entre lo que cuenta y lo que se entrevé de lo que cuenta el retrato humano de Miles Davis es el de un tipo impresentable.
Por ejemplo, es sabido que tuvo un romance con Juliette Greco a quien conoció en su primera visita a Paris, donde coincidió con Jean Paul Sartre y Pablo Picasso, entre otros. Después de aquellos días, al volver a la cruda realidad de su país y sin su francesita cerca, tuvo una depresión de caballo que terminó curando con su conocida adicción a la heroína. Después de cuatro años desastrosos en los que se convirtió en una piltrafa a quien ningún club quería ya contratar, consiguió, con unas enormes dosis de valor y disciplina, desengancharse “a pelo” de su adicción en casa de su padre. Al poco tiempo cuando la Greco llega a Nueva York para tratar de unos asuntos sobre la versión de “Por quién doblan las campanas”, basada en la novela de Hemingway que iba a rodar en España, lo primero que hace la actriz francesa es llamar a su amigo americano. Miles se presenta en su hotel acompañando de uno de sus músicos para evitar que ella quisiera celebrar su reencuentro en la cama. Pero no contento con eso la trata a patadas, la insulta y la llama de todo, porque la hace culpable de los cuatro años malditos que ha pasado. Él lo cuenta como algo lógico ya que la culpa de su depresión y de las consecuencias que le acarreó.
Siempre fue aficionado al boxeo, pero no solo por razones deportivas: cuenta cómo pegó a varios músicos durante alguna discusión. Naturalmente sólo a músicos de pequeño tamaño, ya que Miles era menudito y normalmente pegaba a borrachos o yonquis. Nunca se atrevió a sacudir a músicos del tamaño de Thelonius Monk, Charles Mingus, Sonny Rolins o Cannonball Adderley, con alguno de los cuales tuvo grandes disputas. Pero lo que asombra es su trato con las mujeres. Después de años rondando a la bailarina Frances Taylor, (que aparece en la portada de Someday my prince will come), años en que se iba a la cama cada noche con una admiradora, decide tener una relación con ella. Desde ese momento, y pese a que no acepta comprometerse en matrimonio, empieza a tener celos de la bailarina y le impide que realice cualquier tipo de trabajo, a pesar de que estaba en la cresta de la ola y tenía proposiciones profesionales fundamentales. Miles quería encontrarla al volver a casa, (si volvía), y no le permitía ir a ningún sitio. Pero el propio músico relata la paliza que le propinó porque Frances le contó que le había dicho un cumplido Quincy Jones, (quien por cierto fue amigo suyo y le produjo el disco y la película sobre los conciertos de Montreux). La bailarina se tuvo que refugiar en la casa de Gil Evans, que era un tipo muy alto y Miles respetaba muchísimo.
En fin que el genio fue un mal bicho porque lo uno y lo otro (su comportamiento en la música y en su vida privada) no son cosas que tengan relación.
Por ejemplo, es sabido que tuvo un romance con Juliette Greco a quien conoció en su primera visita a Paris, donde coincidió con Jean Paul Sartre y Pablo Picasso, entre otros. Después de aquellos días, al volver a la cruda realidad de su país y sin su francesita cerca, tuvo una depresión de caballo que terminó curando con su conocida adicción a la heroína. Después de cuatro años desastrosos en los que se convirtió en una piltrafa a quien ningún club quería ya contratar, consiguió, con unas enormes dosis de valor y disciplina, desengancharse “a pelo” de su adicción en casa de su padre. Al poco tiempo cuando la Greco llega a Nueva York para tratar de unos asuntos sobre la versión de “Por quién doblan las campanas”, basada en la novela de Hemingway que iba a rodar en España, lo primero que hace la actriz francesa es llamar a su amigo americano. Miles se presenta en su hotel acompañando de uno de sus músicos para evitar que ella quisiera celebrar su reencuentro en la cama. Pero no contento con eso la trata a patadas, la insulta y la llama de todo, porque la hace culpable de los cuatro años malditos que ha pasado. Él lo cuenta como algo lógico ya que la culpa de su depresión y de las consecuencias que le acarreó.
Siempre fue aficionado al boxeo, pero no solo por razones deportivas: cuenta cómo pegó a varios músicos durante alguna discusión. Naturalmente sólo a músicos de pequeño tamaño, ya que Miles era menudito y normalmente pegaba a borrachos o yonquis. Nunca se atrevió a sacudir a músicos del tamaño de Thelonius Monk, Charles Mingus, Sonny Rolins o Cannonball Adderley, con alguno de los cuales tuvo grandes disputas. Pero lo que asombra es su trato con las mujeres. Después de años rondando a la bailarina Frances Taylor, (que aparece en la portada de Someday my prince will come), años en que se iba a la cama cada noche con una admiradora, decide tener una relación con ella. Desde ese momento, y pese a que no acepta comprometerse en matrimonio, empieza a tener celos de la bailarina y le impide que realice cualquier tipo de trabajo, a pesar de que estaba en la cresta de la ola y tenía proposiciones profesionales fundamentales. Miles quería encontrarla al volver a casa, (si volvía), y no le permitía ir a ningún sitio. Pero el propio músico relata la paliza que le propinó porque Frances le contó que le había dicho un cumplido Quincy Jones, (quien por cierto fue amigo suyo y le produjo el disco y la película sobre los conciertos de Montreux). La bailarina se tuvo que refugiar en la casa de Gil Evans, que era un tipo muy alto y Miles respetaba muchísimo.
En fin que el genio fue un mal bicho porque lo uno y lo otro (su comportamiento en la música y en su vida privada) no son cosas que tengan relación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario