El estado de la cuestión.
Sobre lo auténtico.
La evolución histórica del flamenco está por escribir, pero uno de los hechos que se admite por todos los estudiosos es que la mayoría de los palos flamencos que conocemos existían ya a mediados del siglo XIX, cosa que sabemos no porque ese sea el momento en que aparecen esos cantes sino porque es entonces cuando se hacen públicos con la generalización en las grandes ciudades del café cantante. El flamencólogo José Blas Vega está realizando un trabajo de documentación sobre los cafés cantantes que había en las principales ciudades españolas. Antes de que esos locales se generalizaran y aparecieran en la prensa, con comentarios de periodistas que asistían a esos lugares y publicaban crónicas sobre lo que allí se cantaba, no hay constancia documental del flamenco. Hasta ahora se ha mantenido que esa ausencia de noticias era debida a que el flamenco estaba recluido en las casas y en las fiestas de gitanos y payos, como canción de trabajo, en todo caso en ámbitos privados. Recientemente se está considerando que esto no era así y que el flamenco ya estaba en la calle desde antes de esa fecha. Es innegable que gran parte de la música que hoy día llamamos flamenco ya era frecuente en el siglo XVIII. Lo sabemos, como ya hemos comentado en otras ocasiones, porque escuchando la música de las sonatas de Scarlatti encontramos reminiscencias de ritmos, melodías e incluso armonías que son las que serían después conocidas como propias del flamenco. El músico napolitano se trasladó a Sevilla con María Bárbara de Braganza en 1729 y a Madrid en 1733, recibiendo en esa época la influencia de lo que se cantaba y se tocaba en las calles de las ciudades españolas, lo que el músico, con un gran ingenio, trasladaría a su música para teclado en la que es fácil reconocer la imitación de los sones de guitarras y los ecos primeros del flamenco. Hoy día los investigadores piensan que es más probable que el flamenco fuera ya popular en el barroco y aún antes, como se desprende de los comentarios que hace Cervantes en sus Novelas Ejemplares del ambiente que había en las ventas, bodegas y burdeles de Sevilla hacia el año 1600. Hacer llegar los orígenes del flamenco hasta la Edad Media musulmana en Al-Ándalus como hace por ejemplo Félix Grande, (con más fortuna poética que historiográfica), personificándolos en la figura de Ziryab parece tan equivocado como lo contrario: las afirmaciones de que todo lo anterior a mediados del XIX no es flamenco.
La teoría de un flamenco encerrado en las casas y los centros de trabajo obedece a una visión folclórica del flamenco, porque esa es la forma de evolucionar de cualquier folclore. Pero el flamenco no es música folclórica andaluza, es otra cosa y de ahí viene la confusión. Es innegable que el flamenco tiene hondas raíces en esa música, pero es otra cosa. El flamenco es una forma de cantar puramente “estilística”, es decir que evoluciona por las peculiaridades que cada cantaor le va dando a su estilo. Estos cantantes, toman todas las músicas que escuchan para crear su cante, lo que a veces no es más que formas imitativas superficiales, como la forma que tienen los primeros guitarristas en imitar la música polifónica de los músicos cultos de iglesia, o las reminiscencias (innegables) que se aprecian todavía de músicas mudéjares y orientales, tanto en los ritmos como en los aspectos modales y en el uso de intervalos menores que el semitono, especialmente en los melismas, tan propios del estilo flamenco.
La teoría de un flamenco encerrado en las casas y los centros de trabajo obedece a una visión folclórica del flamenco, porque esa es la forma de evolucionar de cualquier folclore. Pero el flamenco no es música folclórica andaluza, es otra cosa y de ahí viene la confusión. Es innegable que el flamenco tiene hondas raíces en esa música, pero es otra cosa. El flamenco es una forma de cantar puramente “estilística”, es decir que evoluciona por las peculiaridades que cada cantaor le va dando a su estilo. Estos cantantes, toman todas las músicas que escuchan para crear su cante, lo que a veces no es más que formas imitativas superficiales, como la forma que tienen los primeros guitarristas en imitar la música polifónica de los músicos cultos de iglesia, o las reminiscencias (innegables) que se aprecian todavía de músicas mudéjares y orientales, tanto en los ritmos como en los aspectos modales y en el uso de intervalos menores que el semitono, especialmente en los melismas, tan propios del estilo flamenco.
Sobre lo auténtico.
Es una cuestión muy recurrente entre personas cabales la defensa a ultranza de la ortodoxia. Esto, ya lo hemos comentado, viene de los años sesenta del pasado siglo cuando una serie de cantaores y devotos del flamenco bienintencionados quisieron romper la deriva que, después de la guerra y tras el triunfo de la revolución conservadora del nacional catolicismo, se había impuesto en España y que había supuesto el abandono de gran parte de la tradición en aras de un flamenco fácil de vender, flamenco comercial que poco tenía que ver con los cantes que habían defendido los grandes maestros del pasado. Desde entonces el apego a esos maestros se hizo norma y se quiso convertir el flamenco en una especie de canon ortodoxo del que no se podía evolucionar ni apartarse un ápice. Como si el flamenco fuera una música con una base canónica como la que la Iglesia Católica había impuesto al canto llano en épocas medievales. Precisamente todo lo contrario de lo que sabemos que había sido siempre el flamenco: un arte bastardo, que había tomado elementos de aquí y de allí y que los había ido integrando en su sustancia de forma arbitraria según las intenciones y apetencias de cada cantaor, precisamente con una gran atracción por todo tipo de músicas. Claro que en el flamenco existe una tradición, como en toda música y en todo arte, pero de esa base histórica que supone la herencia de los ancestros cada músico y cada intérprete hacían su propia evolución personal y su lectura particular de todo ello, en un diálogo permanente entre tradición e innovación: como tiene que ser. Así, esa supuesta tradición no hace más que basarse en casos concretos, muchos de ellos documentados con nombres y apellidos, de grandes maestros que crearon una nueva forma de cante que hasta entonces no existía. Toda la tradición flamenca está llena de ejemplos: los fandangos de Pérez de Guzmán, los tangos de la Niña de los Peines, seguirillas de Manuel Torre, soleares de Joaquín el de la Paula, de la Serneta o de Enrique el Mellizo, la petenera de Antonio Chacón, la malagueña de Enrique el Mellizo. Entonces, si en aquellos tiempos épicos los cantaores podían dejar su impronta en los cantes que interpretaban de manera particular, ¿qué impedía a los actuales hacer lo mismo?. Todos los cantantes y músicos que triunfaron después de Antonio Mairena (que fue adalid de la ortodoxia) lo han hecho con aportaciones que en su día debieron ser mal entendidas por los acérrimos: Camarón, Enrique Morente, José Menese, Paco de Lucía, El Lebrijano, Manolo Sanlúcar. De haber hecho caso al gran maestro de Mairena del Alcor ninguno de ellos habría triunfado por estar “contaminado” de heterodoxia. Hoy, como ayer, esa música bastarda que es el flamenco, sigue haciendo sus experimentos para condena de ortodoxos y disfrute del público en general.
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