La orquesta de Extremadura ofreció un concierto el pasado sábado en el Palacio de Congresos de Badajoz con obras de compositores rusos y bajo la dirección de Yuri Turovsky, director de origen ruso afincado en Canadá que interpretó en primer lugar la novena sinfonía de Shostakovich.
Del repertorio de Shostakovich la novena ha estado considerada como una sinfonía menor. Este hecho está motivado por las circunstancias que rodearon su estreno. La obra data de 1945, es decir coincide históricamente con el final de la II Guerra Mundial y el triunfo de las tropas rusas en el Este de Europa. Después de que el compositor dedicara su séptima al cerco de Leningrado y la octava a las penalidades de la guerra, se esperaba de la novena una sinfonía de resonancias triunfales y ambiente grandioso utilizando ingentes medios humanos e instrumentales. En aquellos años Stalin era un dictador no cuestionado por ningún poder que dirigía los destinos de la Gran Patria Rusa y había acabado con toda oposición ya fuera por la unidad patriótica creada para acabar con la invasión nazi, ya fuera por razones más expeditivas. El hecho es que Stalin se inmiscuía en las artes soviéticas pues consideraba que, como el resto de la nación, las artes debían de estar al servicio del pueblo ruso: o lo que es lo mismo, de los intereses del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
La novena sinfonía de Shostakovich recrea distintos ambientes musicales y da expresión a diferentes sentimientos, pero siempre bajo el dominio de una óptica puramente musical. Para algunos autores se basa en las concepciones sinfónicas de Haydn, es decir la obra fue tildada por la dictadura stalinista de “formalista”, que era el peor insulto que podía recibir una obra.
Es fácil reconocer en las fotografías que nos han llegado del autor al hombre acuciado por los miedos e incertidumbres que le acosaban. Tuvo la mala suerte de hacer coincidir toda su vida con el periodo más aciago del comunismo real. En los años sesenta, cedió a las presiones y se hizo el carnet del Partido. Cuenta el pianista Vladimir Ashkenazy que lo hizo entre lágrimas. Me imagino una vida entera entre la pretensión de sacar adelante una obra musical y los frenos y exigencias que le venían impuestos desde el poder.
Pero en 1945 se permitió el lujo de hacer esta novena sinfonía que es nada más ni nada menos que puro arte musical. Una verdadera maravilla que, más allá de sus formas sinfónicas, esconde pasajes magníficos de una gran originalidad, no exentos de ironía hacia el régimen opresor y su máximo timonel.
La música de Shostakovich ha sobrevivido a su época y es cada vez más apreciada. Del régimen soviético casi nadie se acuerda ya, sólo los que tuvieron que vivir sus excesos y miserias.
Del repertorio de Shostakovich la novena ha estado considerada como una sinfonía menor. Este hecho está motivado por las circunstancias que rodearon su estreno. La obra data de 1945, es decir coincide históricamente con el final de la II Guerra Mundial y el triunfo de las tropas rusas en el Este de Europa. Después de que el compositor dedicara su séptima al cerco de Leningrado y la octava a las penalidades de la guerra, se esperaba de la novena una sinfonía de resonancias triunfales y ambiente grandioso utilizando ingentes medios humanos e instrumentales. En aquellos años Stalin era un dictador no cuestionado por ningún poder que dirigía los destinos de la Gran Patria Rusa y había acabado con toda oposición ya fuera por la unidad patriótica creada para acabar con la invasión nazi, ya fuera por razones más expeditivas. El hecho es que Stalin se inmiscuía en las artes soviéticas pues consideraba que, como el resto de la nación, las artes debían de estar al servicio del pueblo ruso: o lo que es lo mismo, de los intereses del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética).
La novena sinfonía de Shostakovich recrea distintos ambientes musicales y da expresión a diferentes sentimientos, pero siempre bajo el dominio de una óptica puramente musical. Para algunos autores se basa en las concepciones sinfónicas de Haydn, es decir la obra fue tildada por la dictadura stalinista de “formalista”, que era el peor insulto que podía recibir una obra.
Es fácil reconocer en las fotografías que nos han llegado del autor al hombre acuciado por los miedos e incertidumbres que le acosaban. Tuvo la mala suerte de hacer coincidir toda su vida con el periodo más aciago del comunismo real. En los años sesenta, cedió a las presiones y se hizo el carnet del Partido. Cuenta el pianista Vladimir Ashkenazy que lo hizo entre lágrimas. Me imagino una vida entera entre la pretensión de sacar adelante una obra musical y los frenos y exigencias que le venían impuestos desde el poder.
Pero en 1945 se permitió el lujo de hacer esta novena sinfonía que es nada más ni nada menos que puro arte musical. Una verdadera maravilla que, más allá de sus formas sinfónicas, esconde pasajes magníficos de una gran originalidad, no exentos de ironía hacia el régimen opresor y su máximo timonel.
La música de Shostakovich ha sobrevivido a su época y es cada vez más apreciada. Del régimen soviético casi nadie se acuerda ya, sólo los que tuvieron que vivir sus excesos y miserias.
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