17 sept 2007

A veces pienso que mi ciudad está bajo una maldición. Si, ya sé que eso parece muy melodramático y una forma de ver las cosas algo pasada de moda, pero es inevitable. Hace más de doce años, mi ciudad está siendo gobernada por la derecha y hace más de 24 que mi Comunidad Autónoma lo es por la izquierda. Esto supone que la política cultural de mi ciudad se resuma, en el nivel local, en preparar la Semana Santa y en dejar que los Carnavales y la fiesta de junio sigan el curso natural de la Historia. Es una política tan liberal que más que política cultural parece política de incultura. En la Comunidad Autónoma, los recursos se destinan a otros pueblos más próximos al partido que gobierna y con más inquietudes que esta capital provinciana. Así son las cosas.
Hace unos años, ante la persistencia de los problemas que impedían la rehabilitación del casco antiguo de la ciudad se pensó que la solución pasaba por una nueva expulsión de los gitanos que se asentaban en esa zona. Entre otras cosas, se relacionaba a estos vecinos con el tráfico de drogas. La aplicación de unas políticas tan españolas, es decir tan arraigadas en la tradición desde la época de los Reyes Católicos, dieron como resultado que en el barrio antiguo dejara de haber gitanos y quedaran solamente los "yonquis" y los camellos.
Sin embargo, ahora resulta que desde hace ya algunos años, en mi ciudad hay un interés importante por el flamenco, interés que se basa en la reivindicación de una tradición que siempre existió y, lo que es más importante, se basa en la idea de que el flamenco y los gitanos que se asentaban en la Plaza Alta, en el casco antiguo, eran señas de identidad que formaban parte esencial de la ciudad. Esto no lo ha dicho ningún "intelectual" que yo sepa, es algo que está en el pensamiento de mucha gente que así lo siente.
La maldición que digo padece mi ciudad ha sido el motivo por el que desde hace varios años no se celebran en la misma espectáculos musicales de masas, antaño tan frecuentes cuando gobernaban los que creaban deuda pública, y hoy tan escasos, cuando gobiernan estos que no crean nada.
Pero ha querido la fortuna que este fin de semana coincidieran varias circunstancias que han hecho posible la celebración de un espectáculo flamenco. Estas circunstancias son que la Comunidad Autónoma ha empezado una campaña turística de promoción de la región que incluye un famoso monasterio mudéjar y que, por su parte, la derecha gobernante en la ciudad haya considerado que cualquier tema relacionado con la Iglesia merece el apoyo de las instituciones aunque solo sea para no perder las tradiciones (políticas, que no religiosas). Pues hete aquí que parece que la coincidencia en apoyar este acontecimiento ha llevado al entendimiento entre ambas administraciones lo que ha permitido su gozosa celebración.
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Después de una noche de flamenco, el éxito vino de la mano de Niña Pastori. Me encantan las polémicas relativas a que si eso es flamenco o no lo es, pero en este blog la solución a tan profundas cuitas nos tiene sin cuidado.
Polémicas aparte la cantante de Cádiz estuvo magnífica y no defraudó, en especial al grupo de jóvenes gitanos que en las primeras filas siguieron la actuación con entusiasmo. El excelente sonido permitió escuchar la buena base instrumental que tiene el grupo que acompaña a la cantante, con su marido Chaboli en la percusión, (jaleado por los numerosos "primos" que tiene entre las familias gitanas de la ciudad), la guitarra del "habichuela" José Miguel Carmona y otros músicos excelentes. La música de la Niña va más allá de experiencias anteriores como las de los Chichos (donde cantaba El Jero, padre de Chaboli), Azucar Moreno y otras por el estilo. La base musical es buena y su cante es un portento. Sin embargo, cuando los instrumentistas han querido hacer una exhibición de solos es imposible no recordar experiencias como la de otro gaditano, Chano Dominguez, con más base instrumental de nuevo flamenco en clave de jazz, (en su caso), o los distintos grupos en los que ha participado Jorge Pardo. Pero esa es ya otra historia y lo que nadie puede negar es que "la niña es mucha niña".

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