Para algunos, el estudio de la música tiene tanto de análisis musical como de antropología o sociología. Otros niegan que estos aspectos sean relevantes en la música. Precisamente éstos son los que más se dejan llevar por prejuicios extramusicales.
En los videos que he puesto debajo de este envío aparecen, en primer lugar Joshua Bell en un montaje que propuso el Washington Post consistente en colocar al prestigioso violinista tocando su Stradivarius en la entrada del metro de Washington D.C. y esperar la reacción del público. La reacción fue, en su inmensa mayoría, ignorar al músico como si fuero uno más de los muchos que se encuentran en el metro cada día. El segundo video es una reproducción del experimento promovida por el periódico gratuito "20 minutos" y que contó con el virtuoso Ara Malikian para la ocasión. En este último, además, el músico está muy bien elegido porque se añade un aspecto poco convencional, como de "extranjero", que le va bien al experimento (Ara Malikian es libanés perteneciente a una familia armenia).
Se pueden extraer muchas enseñanzas en ambos casos. Es tal la cantidad de gente que pasó por el metro tanto en Washington como en Madrid que es muy probable que alguno de los que pasaron por allí hubiera pagado una buena cantidad de dinero por ver al violinista en la sala de conciertos y ni siquiera se pararon un momento a escuchar lo que estaba sucediendo. Entonces, se pueden concluir dos cosas: que el entorno es determinante para la recepción de la música. La gente está predispuesta a escuchar buena música cuando acude a un teatro de ópera o un auditorio, (que son costosos edificios), y sabe, por la prensa y los medios, que el músico que va a actuar es una gloria musical.
También podemos comprobar que la sensibilidad de la gente hacia la música es, en general, muy pobre. El público no distingue lo bueno de lo malo con la facilidad con que pensamos. La música obedece más a razones de prestigio social, afirmación de grupo, ritual, etc., de lo que se suele reconocer.
En todo esto, en definitiva, es fácil ver como afloran los prejuicios y la hipocresía de la gente que se deja llevar por las apariencias sin juzgar el fondo de las cosas.
Hay en mi ciudad varios músicos que se ganan la vida tocando en la calle. Es fácil verlos como mendigos, pero si los escuchas, puedes encontrar todo tipo de ejecutantes. Desde los que no saben ni hacer sonar el instrumento (he conocido uno con un teclado eléctrico que lo hacía sonar sin ton ni son) y que lo utilizan para enmascarar una auténtica mendicidad, hasta los buenos instrumentistas que no encuentran otra forma de ganarse la vida. En general tocan en la calle porque no se les admite en otros ambientes, unos por su adicción al alcohol o la heroína, otros por su condición de extranjeros, a menudo ofreciendo tipos de música que no están a la moda.
En los videos que he puesto debajo de este envío aparecen, en primer lugar Joshua Bell en un montaje que propuso el Washington Post consistente en colocar al prestigioso violinista tocando su Stradivarius en la entrada del metro de Washington D.C. y esperar la reacción del público. La reacción fue, en su inmensa mayoría, ignorar al músico como si fuero uno más de los muchos que se encuentran en el metro cada día. El segundo video es una reproducción del experimento promovida por el periódico gratuito "20 minutos" y que contó con el virtuoso Ara Malikian para la ocasión. En este último, además, el músico está muy bien elegido porque se añade un aspecto poco convencional, como de "extranjero", que le va bien al experimento (Ara Malikian es libanés perteneciente a una familia armenia).
Se pueden extraer muchas enseñanzas en ambos casos. Es tal la cantidad de gente que pasó por el metro tanto en Washington como en Madrid que es muy probable que alguno de los que pasaron por allí hubiera pagado una buena cantidad de dinero por ver al violinista en la sala de conciertos y ni siquiera se pararon un momento a escuchar lo que estaba sucediendo. Entonces, se pueden concluir dos cosas: que el entorno es determinante para la recepción de la música. La gente está predispuesta a escuchar buena música cuando acude a un teatro de ópera o un auditorio, (que son costosos edificios), y sabe, por la prensa y los medios, que el músico que va a actuar es una gloria musical.
También podemos comprobar que la sensibilidad de la gente hacia la música es, en general, muy pobre. El público no distingue lo bueno de lo malo con la facilidad con que pensamos. La música obedece más a razones de prestigio social, afirmación de grupo, ritual, etc., de lo que se suele reconocer.
En todo esto, en definitiva, es fácil ver como afloran los prejuicios y la hipocresía de la gente que se deja llevar por las apariencias sin juzgar el fondo de las cosas.
Hay en mi ciudad varios músicos que se ganan la vida tocando en la calle. Es fácil verlos como mendigos, pero si los escuchas, puedes encontrar todo tipo de ejecutantes. Desde los que no saben ni hacer sonar el instrumento (he conocido uno con un teclado eléctrico que lo hacía sonar sin ton ni son) y que lo utilizan para enmascarar una auténtica mendicidad, hasta los buenos instrumentistas que no encuentran otra forma de ganarse la vida. En general tocan en la calle porque no se les admite en otros ambientes, unos por su adicción al alcohol o la heroína, otros por su condición de extranjeros, a menudo ofreciendo tipos de música que no están a la moda.
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